lunes, 21 de noviembre de 2011

No es otra cosa más que su alma

Para escribir esta carta tuve a bien encender un cigarrillo. No sé si encendí el cigarrillo para traer recuerdos grises como el color del humo desprendido por el que disfraza mi tabaco, o quizás lo prendí para evocar hondos placeres, o quizás simplemente para no olvidar las llagas en mis pies, o incluso en mi alma blanca como la cabeza de mi abuela. Me sonrío al beberme la sonrisa. Me sonrío al beber sin sed.

Esta carta va dirigida sin fecha alguna, para qué ponerle números y letras de meses a un texto que nunca terminará. También, para escribir estas líneas tan superfluas utilizo la misma música de siempre. Para escribir esto no hace falta más que arrancarme tu recuerdo, tu cara, tu sudor, y sobre todo tu saliva de mi cabeza. No, no quiero parecer grotesca al escribir de ella, de la que puedo hablar horas y resumirla en un universo anverso del vivido ahora.

Supongo que la letra de la canción en mi cabeza y en mi ordenador habla de amor, siempre hablan de amor o desamor. Dentro de mis audífonos todas las canciones con un chelo de fondo y una voz tristona lo hacen. Para escribirle esta carta a ella no me fijo en tiempos verbales, ni en retóricas lineales, mucho menos en si tiene sentido lo expuesto. No hace falta. Nunca hace falta si lo que se dice es una explosión constante de mundos paralelos inexistentes y besos mandados a distancia.

Tú eres así, nunca sabes a dónde vas con certeza y, sin embargo, siempre llegas a algún sitio a colocar tu espalda torcida como rieles de tren olvidados por alguna sierra de mi país, igualmente olvidado. Te escribo porque eres la provocadora de tantas nimiedades, de tantas catástrofes, de idilios azotados en la pared de algún sofá, en la cama de algún recuerdo, en todos lados, en ningún oficio, en el suelo de una cama, o en la cama de un río.

¿Recuerdas el amor de adolescente quemando tu pecho y tus manos? Yo lo recuerdo a exactitud, así como se recuerdan los primeros labios no provocados, asqueados, disfrazados de amabilidad y amor. Tu amor de adolescente ahora no ha madurado, te escalda los huesos como las nubes al mar cuando no pueden tocarle. No basta un cuerpo para soportar tantas vidas, tantos desamores, tantas guerras, tantos llantos, tanta soledad, tantos sueños perdidos, tanta búsqueda perdida. No bastan unos labios para besarte toda, Viviana.

Sí, Viviana. Qué bonito nombre te cargas, más grande de lo que eres, más pequeño de lo que quieres. Te dejo ahí, en la casita sola de par en par, esa que como canción te aguanta el paso y te lo deja lento. Te mojas más que el mar cuando está triste. Te caes a golpes como el cielo cuando bañarse quiere.

Háblame, Viviana, háblame que de pasión mortal muero, así como el ave triste que de mañana canta cuando aún no despiertas. Háblame, Viviana, háblame que aún espero a que regreses, desdichada. Háblame ahora, que quitándome los audífonos volverás a callarte en mi cabeza.




viernes, 28 de octubre de 2011

El espejo

Era inútil. Cada vez que quería esquivar su mirada sobre mis hombros era inútil. Al llegar a casa me encontraba con una sonrisa de oreja a oreja como si fuese la última en este universo. Su forma de mirarme me hacía querer ir más lejos cada vez para preguntarle el porqué de su desavenencia conmigo. No, nunca pude dejarlo de lado. ¡Pendejo!, nunca pude dejarlo de lado.

Recuerdo que una vez quise irme lejos donde él no pudiera encontrarme puesto que me molestaba demasiado su sonrisa de alquiler barato diciéndome: mírame, soy todo lo que tú quisiste ser, todo lo que no quisiste hacer, y todo lo que eres sin querer. Maldición, ni que el mundo se fuera a terminar como lo predijeron los estúpidos antepasados de mierda.

¿Y qué si el mundo se va a terminar sin mí en su regazo? ¿Y qué si la vida me mantendrá colgado a los cuernos de una luna que nunca pude reconocer mía sino de él? Sí, lo confieso, ese hombre que era mi compañero de a diario, era nada más que una conferencia de toda la vida que yo buscaba en los brazos y el reflejo de otro cuerpo.

Qué ironía, nunca pude decirle cuánto le admiraba, sí, una vez me cautivó como para admirarlo. Para qué engañarme, le admiraba hasta las babas que dejaba escurridas en el vaso de cerveza donde orinaba a diario. Idiota, nunca tuve que admirarlo. No. Soy tan inestable que solo él era mi estabilidad en cuanto llegaba a casa. Pero, tuve que matarlo, no aguantaba tanto abrazo, tantas palabras de aliento que me daba antes de salir a trabajar, tanta agitación matutina, tanta palabrería rara.

¡Entiéndanme, por favor! No era posible que ese hombre me dijera qué hacer a diario, cómo vestirme de vida para salir a enfrentarme a un sin número de pendejos cruzando mal los pasos peatonales. Si ustedes lo hubiesen conocido, lo hubieran matado como yo. ¡Dios!, me está mirando todavía, me está carcomiendo el alma de una manera única y raquítica. Me tiene atrapado entre sus manos. No es posible que alguien pueda manejar mi vida de tal manera. Mira, cuánta sangre sale de su boca.

Ya. El silencio me está dejando claro que todos los seres humanos tenemos la necesidad de matar carne y matar hueso. Yo lo hice, acabo de matar carne y hueso para sentirme libre. Me está mirando, sí, una vez más me está diciendo que hice mal. ¿Quién en este mundo te dice que la vida está garantizada como para no quitarla? Nadie, claro. Ni él puedo decirme ya lo bueno o malo.

Yo tampoco estoy de acuerdo. ¿Qué? No puedo dejar de escucharlo, él me está diciendo lo mismo de siempre: que no acomode la corbata con ese nudo deforme, que limpie mis zapatos cada vez que tenga tiempo, que porte un reloj aunque no tenga pila, que me lleve bien con mis jefes que me pagan una mierda, que coma a mis horas, que no beba demasiado, que si fumo un cigarrillo más acabaré en el caño, que me lave los dientes después de comer, que, que, que.

Qué satisfacción ha sido enterrarle los dientes hasta el fondo del maxilar. No, no me arrepiento. Nunca me arrepiento de los acontecimientos de a diario. ¡Carajo!, son las once de la noche y nadie viene a preguntarme si yo estoy bien. Por supuesto estoy bien, más que nunca; más que antes; más que siempre. Acabo de hacer un pacto con las puertas de mi casa donde nadie podrá entrar y decirme qué puedo hacer de mi puta vida. No, no es normal que me haya enterado de todo lo que el mundo me podía dar antes y después de él. ¿Por qué sale tanta sangre de su boca?

Anoche veía una película donde un hombre se hacía pequeñito y entraba a la vagina de la mujer amada porque una fórmula irremediable había vuelto su cuerpo del tamaño de una hormiga. Imaginé poco a poco mis manos entrando en el cuerpo de Mario a través de su sangre. Me imaginé cada una de sus venas albergando mi esencia, mi odio, mi tristeza, mi sinsabor, mi olor.

Sí, yo quería ser el hombre pequeñito entrando en la vagina de alguien; en este caso, entrando en la sangre agria del hombre que más odiaba en el mundo. Y ahí, entre tanto desgarre, entre tanto sabor a hierro, pasó lo inevitable: lo maté. Le enterré un cuchillo hasta el fondo del cuello, por fin saboreé su sangre: misterio, agua agria; con sabor a sal. Supongo eran todas las lágrimas derramadas antes de hacer lo confesable en estas líneas. Qué tardo. Me suplicó cordura, me suplicó piedad, me suplicó que no torciera el cuchillo ya escaldado en su pecho.

— ¿De verdad quieres hacer esto?

—Hace años los sueños.

— ¿Entonces por qué tanto miedo?

—El mundo no es tan fácil como dicen.

—El mundo no es tan complicado como piensas.

— ¿De que hablas?

—De ti y de mí. De nada.

—Te odio.

—Me amas.

—Nos odio.

—Nos amas.

—Adiós.

—Hasta pronto.

—La muerte es tan pequeña y tan fugaz que me encontrarás bailando entre tu pecho alguna tarde.

No, no había vuelta atrás, o se moría él, o me callaba yo. O se extinguía su ropa en el closet, o me encarcelaba yo en un cuerpo que no quería tener. Entonces, fue ahí cuando nadie nos pudo detener en aquella danza mortífera de madrugada. Caímos juntos al piso, se rodó sobre sus rodillas y suplicándome una vez más me dijo que lo dejara tranquilo. ¿A caso tú me mostraste compasión cuando me juzgaste mísero?

No, nadie lo hizo, ni siquiera tú, el que más cerca estuvo de todas mis desgracias, de todos mis secretos, de todas mis desdichas, de mis pocas ocasiones donde mis labios pudieron prolongar una mirada de reojo hacia el abismo incierto de la felicidad. No te culpo, si tú fueras yo, también hubiera querido pedir clemencia. Ahí, pues, en medio de tanta noche y silencio di el golpe final.

El cuchillo dio tres vueltas en el pecho destruyendo todo a su paso. El cuchillo fue rompiendo cada músculo, cada hilera de carne del hombre que estaba frente al espejo. Ahí, entonces fue cuando maté al que toda la vida había tratado de cambiarme. Sí, me llamo Mario, y en medio de tanto silencio y obscuridad de madrugada, di muerte al hombre que estaba frente a mí en aquel espejo. Aquel día murió el hombre que más odiaba en lo que yo llamé una vez vida. Aquella noche me maté. Nos matamos.

martes, 11 de octubre de 2011

Manual para amanecer con Valeria

Valeria:

Si llegaras a leer esto un día, sabrás que mis intenciones hacia ti siguen siendo las mismas desde hace tantas botellas de ron.

Hoy hago este manual para aquellos atrevidos a pasar la noche con Valeria después de encontrarse por primera vez con sus ojos. Qué mujer la que está detrás de esos ojos. Aquí dejo entonces los pasos de este manual anquilosado desde hace ya algunos años por si usted quiere tomar, o más bien, bebérselo antes de saltar a los pechos abismales de Valeria. A la letra copie:

1.- No necesitará hacer equipaje para el largo y doloroso viaje al que nadie lo invitó; usted solo agarró su automóvil y emprendió partida por la carretera de la espalda.

2.- Cuando tenga sexo con Valeria, sólo tenga sexo con Valeria. Ni se le ocurra enamorarse.

3- Cuando le diga que gusta de usted, no muestre el mayor interés del mundo. Ella sólo hará el pequeño comentario para rayar el silencio después de un orgasmo.

4.- Compre almohadas fáciles de lavar; de ahora en delante es lo único que se comerá a besos, serán las únicas compañeras nocturnas que lo escucharán hablar de ella: la de boca pequeña, ojos coloridos, de cartas en la pared. La que lo hará llorar.

5.- Si se atreve a hacerse un tatuaje en el vientre bajo de su cuerpo, cerciórese de que ella no se entere que lo que usted porta es el nmbre de ella en otro idioma, signo, garabato, dibujo, etcétera.

6.- No le regale flores, de su cocina no pasarán. Igual sucederá con usted.

7.- Atrévase a llevarle serenata con unos tragos encima. Bésela con licor en los labios, Valeria se lo agradecerá hasta el cuerpo desnudarse.

8.- Trabaje para poder ir a visitarla seguido, seguramente no vivirá en la misma ciudad que usted. Si acaso sucediera lo contrario, no llegue de sorpresa a su casa, eso nunca se lo agradecerá.

9.- Cántele en las noches, si no sabe, no aprenda, de igual forma no servirá de nada.

10.- Nunca trate de impresionarla, con tenerlo en su casa ella estará más que sorprendida.

11.- Hágale el amor como un desesperado, cuéntele los lunares, pídale uno y no lo guarde nunca.

12.- Cuando la lleve a que conozca su ciudad, no la lleve a restaurantes caros, comer en cualquier plaza pública bastará.

13.- Odie a sus hermanos tanto como ella lo hace. Nunca se acobarde. Nunca sea cobarde.

14.- Si después de todo esto no ha logrado despertar con ella, no sé qué demonios está haciendo. Por favor repita el número dos.

15.- Si Valeria ya le duele en los besos pendientes, cubra las heridas con ungüentos de menta, ella ama la menta, tan siquiera podrá recordarla cuando el cuerpo le duela, o en este caso le arda.

16.- Sea su amante.

17.- Acuéstese de modo que su corazón no quiera salir corriendo de su pecho para dormir entre sus cabellos largos.

18.- No compre calendarios, rompa los de su casa. Eche a la basura los relojes; todos. Hágase de paciente de la paciencia. Ella nunca llamará ni siquiera para pedirle dinero. Valeria es millonaria.

19.- Hunda su nariz entre su cabello y, aspire hondo y profundo.

20.- Regálele libros usados, nunca nuevos pues seguramente le dirá que ya los ha leído.

21.- Dígale mentiras de esas de las que nunca se descubre la verdad.

22.- Hágase una bandera con su cintura, requerirá un estandarte para la guerra a vencer o, a perder por ella. La tela la puede almidonar con sus lágrima dejándolas secar.

23.- Sáquele palabras cada que pueda, después no deje que se calle.

24.- Muérdale las pestañas.

25.- Y si acaso llega a verse enamorado como les pasa a casi todos, lo espero en el bar donde a diario pienso en ella. Le daré una agradable bienvenida.

26.- Déjela lejos cuando ella le diga que es mejor estar lejos.

27.- Múdese de ciudad, si eso lo hace sentir mejor del desamor, de una vez le digo que no servirá de nada.

28.- Llore todo lo que quiera, pero no todo lo que ella quiera.

29.- Compre mil botellas de ron y bébaselas de un golpe. Ahogue sus penas y las de la humanidad entera.

30.- Empiece a repetir todos los puntos anteriores. Treinta puntos no son suficientes para amanecer con Valeria.

Nota: Ya llegué al bar, hoy se me hizo temprano para empezar a recordarla.

martes, 4 de octubre de 2011

A destiempo

Con el tiempo, aprendes de qué manera están hechos los minutos. Puedes levantarte de la cama y saber qué hora aproximadamente es, sin mirar el reloj. Caminas y distingues a la persona que ves a diario en el espejo. Con el tiempo, cada línea nueva que ves en tu rostro sabes de dónde vino y por qué se te quedó marcada. Acabas teniendo sexo con el amor que más heridas te ha dejado.

Aprendes.

Con el tiempo, aprendes a caminar de cierta manera, de cierto modo, de cierta forma, de cierta desgana, de incierta gana.

Con el tiempo aprendes a distinguir el valor de cada mujer pasada por tu cama, de cada labios pintados en tu almohada. Aprendes a pretender que no sucede nada; que nunca pasa nada, cuando en realidad pasa algo.

Con el tiempo, sabes cuántas personas te creen y cuántas te toleran; cuántas te mienten; cuántas te protegen; y en cuántos vientres viajas. Aprendes a sembrar menos y a cosechar mejor. Que los amigos son tuyos aunque no los nombres a diario. Que la distancia más amarga es la que se siente estando acompañado.

Con el tiempo, llegas tarde para asegurarte cuánto pueden esperar por ti, llegas temprano cuando te da miedo que no llegue a quien podrías esperar todas tus vidas.

Aprendes.

Con el tiempo aprendes a fumar menos y a cuidarte más; dependiendo el caso. Con el segundero andando, temes saber qué corazones dejaste hechos rompecabezas y si alguien más los ha terminado de armar para vulgarmente enmarcarlos.

Con el tiempo aprendes a querer robar como lo hace tu intolerante y mal gobierno, aunque tú te robes ilusiones, que al caso, da lo mismo.

Con el tiempo aprendes que es mejor mezclar el ron con whisky que con tinto. Que amar va más allá de regalar flores y escupir te quieros. Que duele cuando le confundes en la calle, y que amar no es más que amar, así de simple.

Con el tiempo aprendes a extrañar un cuerpo más que a un recuerdo, porque con el tiempo te resulta difícil masturbarte solo.
Con el tiempo aprendes que mandando besos te vacías de ellos, y que un pecho vacío no es más que un cementerio vivo.

Con el tiempo te das cuenta que a destiempo aprendes lo que debiste aprender a tiempo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

María llegó tarde a mi vida

Era ella una mujer tan diferente que, nunca la encontraba en ninguna otra mujer. Me la imagino de mañana. Seguramente se bañaba con el sonido del ferrocarril obligado a pasar por unas viejas vías; un tanto desgastadas por el pasar cotidiano de los humanos tercos en seguir transportando granos ya no sustentables en alguna parte de México.

Ella, María. Ella casi nunca, por decirlo de alguna manera; nunca llegó tarde a ningún lado, qué raro. Cuando se trató de llegar temprano a un lugar: mi vida, por qué no decirlo; llegó tarde. Digo tarde porque nadie al encontrar el amor, hubiera tardado tanto en tomar cualquier autobús, avión, bicicleta, barco de papel, para acudir a tiempo, y así, encontrarse con la única persona capaz de reconocer tus labios en una orgía a obscuras.

Pues sí, María como acostumbraba llegar tan temprano, ese día se le ocurrió llegar tarde al café donde yo aguardaba a sus pechos; esos redondos y danzantes impacientes debajo de una blusa, por lo regular café. El cuello de María albergaba historias fascinantes, nunca la mía, siempre la exacta para decirme que no tardaría mucho tiempo en abordar otra piel distinta a la debajo de mi ropa.

Cuando conocí a María eran las cinco y treinta de la tarde, el café pintaba a tequila y canción de tarde. La cafentina en la que me encontraba era pequeña y extraña; lo extraño se lo saqué del olor a madera vieja y desengrasante de trastes que daba al entrar, aunque supongo, también se lo daba por el sabor a recuerdo en sus tazas de jengibre siempre blancas y un tanto despostilladas.

La cafecantina (concepto utilizado por mí al ver mi té de tarde siempre transformado en licor) en fin, la cafentina en la que me encontraba era de color blanco, combinaba con los ojos verdes y los labios algo rosados de María. ¡Carajo! ¿Por qué llegaste tan tarde, María? Da igual, de todos modos las historias acordonadas a tu cuello nunca hubieran sido mis besos ni mis orgasmos en tus manos, ni mis muslos cabalgando en tu vientre, ni mis… ni nada.

Ese día en el que tu cuerpo se topó con mis ojos, un escalofrío de terror me recorrió la espalda entera. Nunca había sentido una electricidad correr de mi cabeza a mis talones más que la primera vez que alguien introdujo sus dedos en mi vagina. Jamás había localizado la parte exacta de mis huesos en una mujer hasta que vi los tuyos de fuera.

— ¡Acaban de atropellar a María!—dijo un hombre entrando desesperado a la cafentina.

Los que escuchamos el alarido del pobre hombre, nos incorporamos de nuestras sillas de Coca-cola para salir a la calle. Gente curiosa ya estaba alrededor de una mujer de blusa café, collares en cuello, botines color miel, un cabello largo hermoso, y sobre todo, unos ojos casi transparentes manchados de sangre. Fue la primera vez que me vio María. Fue la primera vez que me di cuenta que ella había llegado a tarde a la mejor de sus citas.

Digo, la mejor de sus citas porque seguramente al verla entrar a la cafentina yo iba a pararme justo a su lado para decirle: ¿me puedo sentar? Hubiera sido encantador conocer a María…viva.

lunes, 15 de agosto de 2011

Bomba de tiempo en la cocina

Para llegar a su cocina, yo tenía que subir cuatro escalones grises para encontrarla a ella sentada frente a una computadora con un tanto de páginas abiertas sin ton, y por supuesto el son tampoco era atraído.

En aquella cocina aprendí que la miel y el azúcar, no iban junto al café, que la leche se toma medio fría y que el té de manzanilla nunca se termina. Después de saber la posición casi exacta de mis pasos ahí, como también de los suyos, me dispuse a saber dónde carajos iban los corazones rotos, el andar ligero, el sexo de diario, y el porqué de tener una sartén donde muy a huebo cabe un huevo.

Posterior a observar tantas incesantes palabras sobre mi cabello, por no decir que en mi cabeza, hice en aquella cocina la declaración de amor más exacta y menos recurrente en mi quisquillosa existencia, ahí le dije: te amo bien cabrón. Por supuesto escuché el ansiado "yo también". No, no fueron abrazos o besos los acompañantes absurdos en mi declaración nocturna. Más bien lo que le continúo a mi discurso oblicuo fue el desenfreno de mis manos. En ocasiones utilizo sus cabellos como cuerdas de guitarra para cantarle en total silencio, y ahí, en cada canción, en cada guerra, en toda dirección, se desvirtúan las notas más agudas y más graves que, por lo regular nunca logro hacer con mi garganta.

Qué bomba de tiempo se hace sobre la mesa después de comer, de cenar, de hacer el amor. Podría abrir mi pecho en cuatro partes con un cuchillo afilado para mostrar el lugar exacto de mi corazón, pero entonces, se habría vuelto obvio mi amor por esa mujer que, nunca sé lo que está pensando, y de ahí la idea nubi de preguntar cada determinado tiempo.

Todo es una espiral, un suspiro aún atorado entre las costillas de esa mujer brillante que me hace el amor en su cocina mientras, el tiempo estalla jadeante entre su oreja; por general, en la oreja izquierda de esa cabeza sembradío de las mejores cuerdas tocadas en mis manos, así, sus cabellos. Mi cuerpo mojado será llave de fregadero entre sus dedos, mientras mis pechos serán el mejor estacionamiento para su lengua caliente.

Quizás cuando termine de escribir este texto, el tiempo ya habrá explotado en la cocina. El microondas seguirá perdiendo el tiempo esperando a ser activado, el refrigerador continuará callado y caliente de su espalda, la estufa gritará que necesita soledad. Sí, todo lo anterior mientras transcurre el tiempo en su cocina.

jueves, 11 de agosto de 2011

El ciruelo

Se me cayó un limón de un árbol de ciruelos, de ahí su infelicidad.

Después de caer el limón entre mis manos, lo eché al bote de basura donde se convirtió en el corazón podrido de alguna de mis amantes; esas que nunca fueron reconocidas como mías sino, como solamente de la calle.

El limón convertido en músculo de sangre se llenó de tierra, ya no sabía si era lodo o una maleta vacía llena de recuerdos.

El limón después de verde, no era más que colores en ropa sucia.

Al limón le dolían las piernas que no tiene, le dolían las manos que no tocan, el aroma que no huele, la cabeza que se parte. Al limón de seguro le dolía una mujer de por ahí.

Pobre del limón que tropezó de las ramas de un ciruelo; ese inadvertido de estar cargando un pobre fruto verde al cuál nunca llamó por su nombre ni su color, solo por su forma redonda, siempre, parecida a la de una ciruela.

Después de verse en la basura como un limón enlodado, sucio y podrido, se dispuso a llenar de hojas verdes las ramas del ciruelo que lo lanzó al abismo. Ya para qué iba a acomodar sus raicitas en otro suelo, ya para qué iba a llorar de celos, si todo lo que llamó tierra, no era más que lodo en un corazón podrido que alguna vez fue verde; ya para qué.

Sí, así fue la desgracia de aquella mujer pensando cómo arrodillarse en el mar sin sumergirse en mi cabello, o en mi música. Aquella mujer que se creyó limón, cuando en realidad era ciruelo; rojo ciruelo, rojo mar, roja sangre; corta vida.

Me pregunto entonces, por qué el título de este texto entonces, se hace ver como: "El ciruelo".


miércoles, 10 de agosto de 2011

De mis antiguos quíhubos

En ocasiones me pregunto qué parte de mí soy yo, y qué parte de mí son ellos; esas manos, espaldas, pies, pero, sobre todo bocas involucradas en mi cerco. Aún recuerdo tantas palabras que me dijeron antiguas bocas que muchas veces nombré mías; no recuerdo exactamente cuál me dijo cada cosa sin embargo recuerdo exacto cómo fueron. Estas son algunas de ellas que a la letra copio:

- ¿Te acuerdas de mi?
- ¿Tienes lumbre?
- Me duele la cabeza, sorry. ¿Lo dejamos para luego?
- Te quiero.
- ¡Púdrete!
- Hazme el amor por última vez.
- Préstame $10 para cuando quiera marcarte.
- No te molestes en venir a verme.
- Bueno, molestate si quieres.
- ¿Bailas?
- ¿Qué signo eres?
- Quédate un rato más.
- No tomes tanto, te puede hacer daño.
- Después de Dios están mi familia y tú.
- Ya no estás conmigo, eso me hace sentir feliz.
- ¿Quiéres ser mi novia?
- ¡Ya me vales madre!
- No quise hacerte daño, solo pasó.
- ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
- ¿Y si me dejas al mes?
- Prepárate un té, luego vete.
- No quiero ir.
- Te amo
- ¿Quiéres algo antes de empezar?
- Dame un cigarro.
- Ya no te amo.
- Te amo.
- Es verde con verde tu color favorito, qué ridículo.
- Quiero enchiladas, verdes si es posible.
- ¿Llueve?
- ¿Quiéres que me vista?
- Puta madre! ¿Cómo fui a caer contigo?
- Te amo.
- Sigo esperando que me llames.
- Es aquí cerquita, no nos tardamos.
- Te amo.
- Vuelve conmigo, por favor.
- Guapa mujer.
- No vale, fue con un hombre con quien te puse el cuerno.
- Te amo.
- Ábreme o nunca regreso.
- En serio, no voy a regresar contigo.
- Ya me voy a ir y ni cuenta te vas a dar.
- No me busques.
- Te amo.
- Muérete.
- ¿Me abrazas?
- ¿Ya lo leíste?
- Te amo.
-Eres una idiota.
-
-
-
-Adiós, Viviana.

Si algún día recuerdo en dónde se quedaron las demás, prometo de igual manera tirarlas por ahí.

martes, 7 de junio de 2011

Ultrasonido

Me enerva la gente, esa que todo el tiempo está quejándose de los precios altos anunciados en el supermercado, de cómo el fuero ha hecho con ellos un sin par de títeres tirados de una misma cuerda.

Me enoja cuando me dicen que hay que cuidarse del mundo malo, pecaminoso y sucio que me rodea; y qué si yo contribuyo a formarlo, a bebérmelo. Y qué si yo soy su actriz principal. Estúpidos filántropos de mierda.

No sé cuánto tiempo he pasado frente a películas románticas idílicas emborrachadoras de razón. He creído que cuanto más trabajo te cuestan las cosas más valen ¿será cierto? No lo sé, solo disfruto navegar en la mente de cuanto desconocido se topa en mi camino, para entonces lograr vislumbrar si su sangre es de presa o asesino, cobardía la que me da cuando descubro lo que temo.

Me fastidia escuchar que el amor es para toda la vida; el amor no se razona, se ama o no se ama, se ama mientras dure; y si es que dura con el trabajo arduo de quien se cree digno de tal efecto emocional entre sus neuronas, entre su pecho.

Que baldío está sobre mi lengua áspera porque no le gusta la fruta que escalda, así como la sociedad escalda mi alma; pinche sociedad, siempre creyéndose hierática.

Terroristas estúpidos, si tanto gustan de probar la sangre, que se vuelvan aves de rapiña que escarban los agujeros de la muerte y que empiecen a bailar sobre charcos de vísceras inocentes.

Estoy asqueada de lo que muchos llaman vida, de lo que muchos llaman personas, de lo que muchos llaman “ella”.
No necesito que me hablen de Dios y su concepción cuando él sabe que lo estoy nombrando, que lo estoy callando para mí, él sabe los secretos íntimos que me calientan el cerebro cuando no puedo dormir, sabe que miento si de contar y exagerar se trata; se da cuenta de las perversiones que mis oídos miran y que mis manos claman cuando no siento nada.

Me he cansado de que la gente quiera pensar que puede pegarse a mis entrañas y ver lo que hay dentro de mí, de juzgar mis pasos planos, de cargar mis pechos largos, de envenenar mis ojos felinos que se han puesto a descansar. No tengo por que demostrar nada a nadie, no tengo por que delinquir ante la vida si ella me está enseñando a seducirla.

Entre más público mi amor se encuentra más esquiva estoy para ocultar mi intimidad, un te quiero es mentira cuando no viene de boca de mi madre o de los ojos de mi padre, un te amo es nada si no viene del retumbar del cielo.

No me gusta que me cuiden como si no pudiera andar veredas, no me gusta que me manden a comer cuando el hambre se me fue de viaje. No me gusta que me cuiden del cáncer cuando soy yo la que soportará el infierno de la carne y la paz de la muerte.

Estoy escondiendo el ultrasonido que me saque en la mañana que no fue del cuerpo si no de mi propia alma.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Te cuento que lloré.

Allá en aquella ciudad llena de gente, transitan muchos sueños que dejé olvidados en una carretera. Una carretera gris la cual ha sido testigo supongo, de muchos desamores puros y siniestros; un amor quizás como el que alguna vez viví. Sería injusto callarme los ojos cuando de hablar de eso se trata, cómo no gritar por mis manos lo que en más de una ocasión me sangró y me estalló en el pecho; como una guitarra desafinada que se empeña en tocar una melodía jamás escuchada.

Mi padre suele decir que cuando se muere de hambre, hasta las piedras se comen. Sin embargo, él nunca me dijo qué se hace cuando de amor se perece. Supongo que fue tanto su miedo de tenerme herida entre sus brazos que se olvidó de advertirme lo doloroso y sufrible que llega a ser padecer este mal.

Padre, te cuento que he llorado, quizás nunca me sentirás sobre tus hombros regada como un mar. Lloré como si hubiera un concurso para ver quién le hacía el mar perfecto a una mujer. Te imagino con tu voz calmada y moribunda diciéndome: "Hay personas a las que se les debería de llorar solo un charco". Qué razón me da el cielo cuando quiero poner una escalera que por más alta nunca tiene dónde sostenerse.

Padre, te cuento que lloré. Te cuento que esta mujer hecha de roca se volvió papel en tijeras de destinos mutilados. Cuando ya no tenga lágrimas para lavarme por dentro, seguramente lo único que pueda llorarle a ella sea simplemente un charco.

jueves, 5 de mayo de 2011

Carta a María

Sueles ser más inteligente y menos diplomática que yo. Los absurdos inventados no fueron mas que un recuerdo adolescente de los años primeros, aquellos cuando nos conocimos. Ahora, todo es diferente. Somos diferentes.

Nada ha cambiado por acá, solo que cada vez estás más lejos. Mientras afinaba las pocas cuerdas de mi guitarra, acordé junto con ella mandarte a kilómetros de aquí, allá donde alguien más disfrute de tus huesos. Vieras qué mierda hay bajo mi cama, me he hecho historias tan dramáticas, tan insultantes, tan indignas, que saltan al recuerdo para hacerme estallar en ira y aviento todos mis zapatos bajo esa cama donde muchas veces te cobijé de madrugada.

No, no me has hecho falta. Nunca has estado más cerca de estar lejos como ahora. Sí, siempre estuviste lejos, distante; ausente. No podría enumerar los libros llenados de besos febriles cuando por primera vez me hiciste tuya aún sin estar aquí. Y ni ahí me haz hecho falta. Tampoco puedo enumerar las lunas que nos vieron sin ropa sobre muchas paredes, sobre muchas calles; y tampoco en esas calles, me haz hecho falta.

Ayer quería escribirte muchas letras y palabras juntas. Pero envidié tanto tus creaciones que me sentí estática sobre dos ruedas de papel, y me detuve. ¿Cuánto cielo nos hizo falta para acortar el mundo siendo el mismo techo? ¿Qué distancias no se han hecho grandes estando en la misma cama?

¿Recuerdas cuando nos prometimos amor? En silencio se hacen sombras más exactas pues son las únicas acompañantes de madrugada. No pudo ser perfecta la conjugación de todos los verbos vividos contigo. El universo entero nos cedió su paso. Nos rompimos el viento en millones de partículas acordonadas en sueño, siempre emulando todo.

Adoro leernos de vez en cuando. Sigo creyendo en todo lo nuestro, en el paso desmedido de los días mientras parecen años. Desde mi escaparate veo lo que es de ti, de aquella mujer tan fuerte que aun no aprende a correr.

Si supieras cómo me hablan de ti, de qué forma te traen, y yo; simplemente sonrío.
Fuimos agua, tierra, fuego, ahora simplemente somos aire. La imperfección no sólo se da en tiempos verbales, también se da en carreteras y ventanas. También se dieron en nostras.

lunes, 25 de abril de 2011

Más de la cuenta

Para escribir esto, tuve que dejar pendiente un viaje, tuve que abandonar a una mujer mucho antes de que ella me dejara. Para sentir esto, tuve que romperme una pierna con sólo recordarla. Sí, tuve que perderme lejos para pagar facturas escritas hace años sobre mi espalda, como si no tuviera suficiente con haber sufrido los amores de lejos.

En fin, siempre hablo de una mujer; esa que me tiembla en los labios cuando me preguntan por ella. Ella es de esas, de esas de las que te dicen debes estar lejos, al margen. De esas, la que usa los puntos y comas como si fuera el peor pecado dales mar uso; aunque, ella siempre cumple pecados por así decirlo. Siempre llega y siempre se va.

Hace unos meses mientras hacíamos el amor, mientras contra la pared le decía que la amaba, caí en cuenta de la apoteósis poco a poco tatuada sobre mi piel. Caí en cuenta que había llegado para recordarme todo lo que me faltaba para pagar mis cuentas pendientes.

Mientras nos hicimos un solo cuerpo, me enamoré más de ella sin querer, pues no quería por eso de las despedidas forzadas, de las despedidas estúpidas, de las despedidas necesarias. Y ella con sus labios me regaló la furia de sus entrañas, me mojó de su sudor con sabor a estación de camiones.

Nadie me ha rajado el pecho con tanta rabia y con tanta ternura, así nos hicimos aviones a punto de despegar pero que nunca volaron. Nos incendiamos la paz, nos tragamos al mundo olvidando que habitabamos ahí.

Ahora espero tener más de la cuenta para no ser faltante de nada.

jueves, 21 de abril de 2011

Mi nombre es Ana y soy adicta.

Mi nombre es Ana y soy Adicta.

Hace unos días, mientras me encontraba en medio de un montón de desconocidos, me sentí más perdida que en toda mi vida. Todo era dulce y salado; negro y blanco; viejo y nuevo.

Soy adicta a no querer sentirme adicta. Muchas veces me pregunto cuánto pagarían las personas que me quieren por saber lo que pienso, lo que siento; ahí entonces, me pregunto cuánto pagaría yo por no ser tan estúpidamente egocéntrica.

¿Qué les puedo contar? Primero que estoy entre muchos muertos, vagando en un rellano de tierra al cual llamo desierto. Los muertos y ese desierto son los mismos que me trajeron miedos desde la infancia. Sí, de mí también quisieron hacer estrellas cuando lo único que tenía era mierda y mi cielo quedó herido.

Puedo pasar diez minutos hablando del dolor más bestial albergado entre mi pecho, podría hablar diez minutos sobre la manera exacta en que perdí mi sangre aún buena.

Soy adicta a creerme buena cuando soy todo lo contrario. Soy inerte a la clarividencia humana, soy fría a lo confortante. Soy del viento cuando me creo piedra. Sí, de mí también quisieron hacerse escudos cuando lo único que tenía era miedo.

Puedo pasar diez minutos hablando del llanto que moja por dentro y seca por dentro. Pudiera cantar mis notas más alegres pero estaría llenando de mentiras al mundo, una adicción más.

Soy adicta a saberme entera cuando de pedazos he llenado mi banqueta. Soy un caos disfrazado de premura. Soy del agua cuando me creo tierra maciza. Sí, de mí tabién quisieron hacerse refugios cuando lo único que tenía era una llanura vacía.

Puedo pasar diez minutos hablando de todo el triunfo que me resulta amargo por no tener mi dirección. Soy un arma disfrazada de cuerdas. Soy del ruido cuando más en silencio quiero estar. Sí, de mí también quisieron hacerse de fe cuando lo único que tenía era una llantan descompuesta sin saberla cambiar.

Soy adicta a saberme imaginativa cuando ya he leído todos los guiones. Soy adicta al engaño por saberme sabia. Soy del tiempo cuando me creía mía. Sí, de mí también quisieron apoyarse cuando lo único que tenía era un corazón perdido.

Puedo pasar diez minuots hablando de mis adicciones que son muchas pero tengo que ir a convencer a alguien de que me ame porque soy lo mejor que le pude pasar en su pendeja vida.

Mi nombre es Ana y soy adicta.

domingo, 3 de abril de 2011

Así

Así de la manera en que llegó se fue. Se fue antes de saber que no buscaba compartirla. Tanto era mi desesperación por tenerla mía, que la aventé al cielo.
Nos dibujamos de tantas maneras, nos absorbimos en instantes el mundo entero, era llenarme la cara con segundos al saberla mía, al saberme suya al sentirme así.

Y así como no le pedí que llegara, no le pedí que se quedara. Se fue antes de llamarnos una.

Así como llegó la extraño, así como se fue la quiero. Así, con todas las letras del abecedario, con las seis cuerdas de mi atrofiada guitarra, así con la peor de mis canciones, con la mejor de mis historias.

Y ahí, en el rincón obscuro de mis guerras frías donde me hizo encontrarme con mis peores males, ahí la besé y desnudé mi vida.

Sé que la ausencia que me esquiva la encerramos antes de buscarnos días enteros, noches enteras, años enteros. Toda una vida.

No, nunca llegó y nunca se fue. Siempre estuvo.

Así entonces se quedará, aparcada en mi recuerdo, gritando mentiras al viento, besando a verdades mi tiempo. Así estará, recordándome el lugar exacto donde va un cartón de leche, la manera de acoger estrellas, la forma exacta de tapar su cuerpo, el sentir eterno, el despertar ligero, el atrevimiento interno, el descubrir desierto.

Así entonces llegó, así entonces se va. Así entonces está.

domingo, 27 de marzo de 2011

Éramos

Somos el pasado más taciturno de la historia. Eras una libra de viento atrapada en algún helado de pistache. Fuimos una cama en dos ciudades, un grito de dolor bajo de volumen largo. Eramos la noche más soleada en el desierto, y tus manos eran la bandera más exacta en mis pechos. Yo era el alcohol que nunca pruebas, paseado por tu boca sobria.

Eras las flores de mar, los poemas hartos de mí, la mejor de mis canciones. Eramos el sudor del amor siempre hecho. Eramos lo nunca existido, eramos todo y eramos nada.

Eramos el espacio jamás pronunciado entre dos pechos que se encuentran de mañana. Eramos la complicidad de cuerpos, la verborrea de almas, el amanecer callado, el dormir temprano.

Eramos la carretera llena de suspiros, la llamada en invierno, la canción de Mayo, el adiós de Enero.

Fuimos el amor, el amor era nuestro. Fuimos lluvia e inundación, fui tus pestañas y fuiste mi lengua.

Eramos la cobardía de los años, el caminar cansado. Eramos la luna cuando no sale de noche. Eramos las palabras de amor.

Eramos siempre más las despedidas que las bienvenidas. Fuimos siempre la incertidumbre, el antojo, la sinrazón, la escopeta que parte los labios.

Fuimos los huesos, la sangre, el polvo, la sal, las gotas.
Eramos el beso, el abrazo, eramos el amor.

martes, 22 de marzo de 2011

Siempre hay algo de ti

Cuando te recuerdo se forma encima de mí una nube de nostalgia que quito con canciones estúpidas de amor. Leo cada una de mis manos sólo para corroborar que aún hay algo de ti, y sí, me detengo en alguna línea salida de lo normal. Y ahí, entre tantas líneas curvas y llanas me doy cuenta que siempre hay algo de ti. No sé si son recuerdos o besos estacionados en lugares prohibidos.

Después cuando llegan tardes medio nubladas, ventosas o escurridas de lluvia me pregunto ¿qué será de aquella que alguna vez se paseo entre mis calles? y sola me contesto que quizás te irá mejor sin mí, así ha de ser, si no ya hubieras vuelto.

Luego pasa lo peor, alguna canción estúpida se apodera de lo que fue y me imagino como sería si tú la hubieses mandado, y pienso: "de seguro nunca la ha escuchado", entonces pienso en mandártela en alguna duda, no pasa nada.

Otras veces, pierdo la brújula exacta hasta tu casa, me imagino que aún es el mismo camino, con el paseo ese tan largo para llegar hasta tu encuentro, hasta tus ojos que adoro tanto y hace tanto que no veo.

Después, cuando la luna se posa frente a mi casa, tu nombre en mis oídos revienta más que el tren de las dos de la mañana.

Me volqué el recuerdo para no llamarte y terminé escribiéndote. Me amarré las ganas para no buscarte y terminé abrazándote. Me aguanté las ganas de no escuchar tu risa y terminé llamándote.

Entonces ahí, detrás de toda esa mierda que se me ha llamado vida te recuerdo dulcemente metamizando mi existencia, parloteando sobre mi cabeza para darme cuenta que siempre hay algo de ti.

Entonces ahí, bajo ese montón de escombros de sensualidad tragados a golpe de pecho, surges tú entre mis piernas para recordarme que siempre hay algo de ti.

Ven, bésame y recuérdame que donde quiera que esté, donde quiera que pise, donde quiera que muera, donde quiera que escriba, donde quiera que duerma, donde quiera que llore. Siempre hay algo de ti.

domingo, 6 de marzo de 2011

Dueles

No sé en qué dueles más.
Quizás en donde estés duelas lo mismo.

Dueles en Lunes.
Dueles en mi tiempo.
Dueles en tu distancia.
Dueles en re menor.
Dueles en mí.
Dueles en besos.
Dueles en Martes.
Dueles en todo el cuerpo.
Dueles en mi boca.
Dueles en mis días.
Dueles en silencio.
Dueles en suspiros.
Dueles en Miércoles.
Dueles en mis pasos.
Dueles en mis dedos.
Dueles en mi canción.
Dueles en mis piernas.
Dueles en mi casa.
Dueles en Jueves.
Dueles en tu despedida.
Dueles en mi cama.
Dueles en domingo.
Dueles en mi locura.
Dueles en mi marea.
Dueles en Viernes.
Dueles en mi cielo.
Dueles en manejar.
Dueles en noche.
Dueles en salida.
Dueles en mi cansancio.
Dueles en Sábado.
Dueles en tu andar.
Dueles en mis cuerdas.
Dueles en ti.
Dueles en mis brazos.
Dueles en momentos.
Dueles en Domingo.
Dueles en mi luna.
Dueles en mi soledad.
Dueles en verde.
Dueles en lágrimas.
Dueles en tanto.

Dueles a diario.

lunes, 7 de febrero de 2011

El niño artillero

— ¡Narciso! —suspiró aquél hombre enojado y jadeante— si fueras mujer, te iría peor

Esa noche, Narciso supo que ser mujer era algo que no le deseaba ni a su peor enemigo de la tropa contraria. La sangre que se derramaba por la espalda de su pierna derecha se atoraba en sus botines sucios y viejos. Narciso pensaba que ser héroe tenia un precio; él debía también pagarlo.

Narciso tarareaba canciones de guerra mientras cepillaba el caballo de aquel hombre que después de unos cuantos alcoholes, le confundía con las mujeres gachas y torpes, esas dejadas en alguna casa triste de ranchería, o con aquella abandonada en una milpa, o alguna de aquellas de senos baratos.
Narciso se daba al vuelo de confundir sus lágrimas con su sudor, así él, se sentía valiente, se sentía hombre.

— Narciso, anda y tráeme mi rifle, y de pasada una botella de mezcal.
— Sí, don Victoriano.

Apretando los puños, Narciso dio media vuelta a las órdenes del hombre que cuidaba de él. Narciso sabia que esa noche, al igual que otras, tendría que dormir boca abajo si acaso lograba conciliar el sueño. Sus pasos eran largos y lentos, las palmas de sus manos estaban costrudas y rojas por la fuerza con que las uñas largas de sus dedos, topaban con su carne al apretar muy fuerte sus manos. Narciso quería ser un héroe de batalla, de paso limpio y uniforme perfumado a tierra y sangre, y lo único que conseguía era ser llamado el bate huevos del Victorio.

Se sentía como un demonio atrapado en el cuerpo de un inocuo. Atrapó entre sus manos el rifle de Victoriano. Lo palpó, pasó una de sus manos por el lomo del arma hasta llegar a la boca, apuntó y acarició el gatillo. Después lo acomodó entre su pecho, y en medio de aquel salón oliendo a orines quiso ser héroe, quiso ser hombre. Nunca había deseado tanto ser hombre como entre aquellos olores. Tomó entonces el rifle viejo y tallado de don Victorio, una botella sucia y destapada que despedía un miasma insoportable.

— ¡Narciso!, no me gustan las personas que se tardan tanto— Victoriano se rascaba la entrepierna, su camisa desabrochada mostraba un montón de pelos revueltos en su pecho que guardaban enredada una cruz de plata lisa— tengo mucha sed y me estoy encabronando mucho.

El niño de doce años se aproximó a Victoriano con la cabeza baja, con el cuerpo sucio como sus botines; con lodo en el alma.

— Aquí tiene, don Victoriano, ¿me puedo ir a dormir?— Narciso hacia la pregunta más por costumbre que por educación. Siempre esperaba que fuera un sí.

- Ponte mirando a la pared, aún es muy temprano para que te duermas, a esta hora nada más los pollos y las gallinas duermen. Los hombres como tú, se desvelan, siempre se desvelan.

— ¿Usted cree que soy un hombre?.

— El mejor de esta pinche tropa, todos siempre se están quejando, son una bola de maricas. Yo en cambio, te hago hombre, el mejor de todos. El mejor de esta pinche tropa.

Don Victoriano, borracho y tosco se acercó hasta Narciso, éste sólo cerró los ojos y empezó a imaginar los rifles y las palabras de Victoriano diciéndole que era el mejor de los hombres, el que nunca se quejaba, el mejor de toda la pinche tropa, el que no pertenecía a la bola de Maricas. Mientras, Victoriano se había puesto en las espaldas de Narciso con los pantalones abajo, sus rodillas flexionadas hacían de Narciso un manojo de dolor y de miseria, hacían de él un hombre.

— No vayas a quejarte, si fueras mujer te hubiera ido peor— le decía a Narciso mientras apoyaba su barbilla sobre su cabeza y jadeaba sobre él.

Al cabo de minutos, Narciso terminó en el suelo con don Victoriano dormido todavía dentro de él. Se levantó, sacudió sus piernas y salió del salón donde Victoriano lo hacía el mejor hombre de la tropa a sus doce años. A lo lejos se escuchaban cómo una multitud se acercaba a caballos, con gritos en la boca, de esos que retumban en el cielo cuando se está separado del bullicio, cuando se está en el monte.

Narciso, vio cómo se levantaba una nube de polvo a lo lejos, quiso despertar a don Victoriano, pero éste solo logro acomodar el pantalón amarillento que caía bajo sus rodillas. Narciso tomó el rifle entre sus manos y se encaminó a una ventana de cristales rotos y telarañas grises. Nunca Narciso, había deseado tanto ser hombre como aquella noche.

Al notar que estaba solo en el salón, decidió acomodar un cañón tan pesado como un buey. Al moverlo, se dio cuenta que ni un cañón pesaba más sobre él que el mismo Victoriano meneándose en su espalda, acomodó el cañón en la vieja ventana del salón. La nube de polvo se acercaba como un montón de patos en huida cuando escuchan un disparo.

— ¡Narciso, dame agua!—don Vitoriano estaba con la mejilla derecha contra el piso de tierra y lleno de paja, entre sus nalgas se veía una mancha blancuzca mezclada con tierra y quién sabe que más, pareciera que un perro había pasado a orinar sobre su espalda.

— Señor, nos van a atacar, sino se levanta puede quedar muerto ahí—la voz de Narciso siempre era dulce, tan falta de hombría, tan sobrante de inocencia.

— Entonces haz algo, tú, que eres el mejor de mis hombres.

Narciso supo en aquel momento que sería el mejor hombre, pero no el de aquél vulgar señor. Tomó con fuerza el rifle, el dolor de su cuerpo no lo sintió cuando con grandes zancadas volteó sobre aquel hombre y disparó sin titubeos sobre la frente de ese don Victorio. El cuerpo de Victoriano quedó entre tierra, paja y sangre. Narciso regresó a la ventana y prendió fuego al cañón del salón, toda la furia que tenia guardada salió del boquete de hierro encendido, directo hacia los invasores. Mató a más de cien aquella noche. Cuando los demás soldados llegaron al lugar, preguntaron por don Victoriano.

— Lo mato uno que era casi un niño, yo me escondí detrás del cañón—dijo Narciso con una voz diferente.

— Pobre don Victoriano, él siempre tan pendejo que un casi niño lo mató— el que dijo esas palabras salió del salón, y empezó a juntar a la gente que quedaba entre los cuerpos. Narciso salió tras de él.

- Victoriano ha muerto, lo mató casi un niño del otro bando—dijo gritando a la gente— a nuestro salón lo salvó, ¿cómo te llamas?— se dirigió al hombre de mirada fuerte, anchos hombros, botines sucios y pantalones manchados de sangre entre las piernas.

— ¡Me llamo Narciso, el mejor hombre de esta pinche tropa!— dijo, mientras se acomodaba el mechón de pelo que caía sobre su frente.


— ¡Viva el niño artillero!
— ¡Viva!
— ¡Viva el niño artillero!
— ¡Viva!

Nunca Narciso había deseado tanto ser niño, como en aquella mañana.

domingo, 23 de enero de 2011

De mí

Nunca pensé que fuera a sentir esta rabia en algún momento de mi vida. Esa que te da cuando tienes que asumir la causa de tus actos, y no quieres. No quiero ni siquiera redactar una horrenda tesis que me está calando como la piedra más grande jamás encontrada en el zapato.

Acabo de leer un montón de personas estúpidas que se creen dioses jugando a vomitar palabras, digo todo y digo nada. Qué fatídica decepción ha de sentir la gente cuando llega amarme y me desama por lo que en las siguientes líneas escribo.

Soy una mujer que besa en cada esquina, en cualquier pueblo, en el bar que sea, en donde pueda. Nunca he besado a nadie en ninguna escuela, tan estúpida me creo por creer que sería de tan mala educación. Si me vieran mis padres fuera, en las calles, en los solares baldíos, sobre los puentes; bajo de ellos.

Tengo años cambiando de cama, cambiando de besos, cambiando de acciones. Una vez, alguien me dejó porque no sabia defenderme ante sus infidelidades y fui infiel. Me costó $100; es lo que antes costaba una tarjeta con crédito para abonarle al móvil, eso me costó y cruzar la calle para subirme al taxi y llegar al lugar donde había quedado con quien le pinté; que digo pinté, le tatué los cuernos en su cabezota de alfiler.

Quien me llamó "el amor de su vida" también me dejó en la primera oportunidad que tuvo y la primer infidelidad que dudó de mí. Y le comprendo, si yo me tuviese como novia me dejaría sin pensarlo.

Tengo amigos que se quejan de mi falta de ánimo, de mi falta de interés hacia ellos. Llamo de vez en cuando, cuando se me agota la calma y los silencio. Aún así, sé que mi mejor compañía es mi sombra, mi entrepierna rota.

Para matarme habría que robarme unas pastillas de verde y azul que tomo a diario cuando nadie me observa, en su defecto venir a mi casa con puerta roja y jalar del gatillo de una pistola. Muero de ganas de estallar la vida, de sentir la muerte.

Una vez en el estacionamiento de algún centro comercial, una mujer hermosa me llamó cobarde, y cómo no, siempre estuvo sentada en sus rodillas mi guitarra y no pude hacerle más feliz que ella, se me terminaron las ganas. Una vez más, ella me dejó.

He ido a muchos países y en todos fui distinta pero canté las mismas canciones. Acaricié más cuerpos de los que alguien pudiera imaginarse, no me enamoré de nadie. No fui a dejar mi corazón a París o a Bélgica, ni siquiera a Brasil. Pasé meses en autobuses raros con gente que me hartaba a diario y pretendía ser mi confidente sólo para acostarse con el chico italiano que tanto me pretendía.

Tengo años cantando cualquier día que sigue del miércoles, ahí conocí mi vanidad y egocentrismo, ahí me enamoré de muchas, me enamoré de mí. He escrito canciones en servilletas que terminas pisadas por extraños alcohólicos de mierda.

Juré sentirme un día enamorada y me abracé a las huellas de un amor lejano. No encuentro el camino exacto hacia sus lares y sin embargo le canto cuando más tengo el encanto herido. He estado al borde de la mejor historia, y regreso a cerrar el libro, quizás por temor a los finales infelices, no digo nada y digo todo.

Me gusta la soledad con que se mueven mis pasos, y recuerdo que odio escribir mensajes de textos y hablar por teléfono. Quizás por lo anterior ya no me buscan tanto mis esperadas aventuras de mañanas. Carezco de lógica en mis textos, carezco de historias increíbles porque se me estropean las manos y no podré vender canciones.

Cuando era niña me hicieron daño las personas a las que más nos confiaba mi madre, ella no lo sabe, muy apenas lo recuerdo para volverlo a dejar. En la inmensidad del tiempo desdoblo recuerdos y no me gustan. Aún no recuerdo cuando fue la última vez que me sentí sin miedo. A la espalda de la vida me aferré cuando menos quiero y cuando menos puedo.

Tengo una guitarra que nunca ha sido mía, creo que ella lo sabe pues se desafina a la primera pasada del tren, tanto que tardo sin poderla tocar.

Me gusta regalar flores pero desde que mataron a una amiga, entregué las últimas. La muerte me llena en muchas cosas y eso pocos lo saben. Una profesora me dijo un día que tenía fuertes problemas psicológicos que sabía cubrir muy bien con mi inteligencia. Nunca me he puesto a pensar si será verdad o mentira lo que a mi querida y estúpida profesora creía.

Debo confesar que no siento absoluta motivación por nada, tengo tiempo de decir todo y nada. Tengo tiempo durmiendo tarde para destruir mi cuerpo amordazado de pastillas. Tengo tiempo con miradas fingidas para conquistar amores de ocasión que me duran muchos años. No me gustan los finales, quizá por eso dejo abierto todo.

De mis relojes de mano, uso siempre el que no tiene batería. En la hora que marca mi reloj sin pila guardo mi mejor secreto. Tiene siempre la misma hora marcada, la cual cambio cada mes.

Digo todo y nada.

Me estás sucediendo

Sé que no estás, y sin embargo me estás sucediendo; siempre me sucedes.
Me pasas a todas horas, cuando más huyo de ti para hacer los deberes más complejos, me sucedes.

Siempre supe que el amor entre tú y yo sería a destiempo, a deshoras, en lugares y ocasiones complejas. Aún así, aún después; me acomodé a quererte. Y te quiero, siempre te quiero, en ocasiones te nombro; no para acordarme de tu nombre, no para sentirme fuerte, te nombro para saberme débil, para encausar mi tiempo, para no ser algo perfecto pues te aburrirías de mí.

Despedirme de ti siempre me es difícil, ahora me es más complicado. Ahora quiero que llegues cuando ya te estoy diciendo adiós. Y ahí también, me estás sucediendo, me estás seduciendo.

Tengo 26 años, y me has pasado en mucho de ellos.

Nunca supe de un amor como el tuyo, con una decisión tan larga, con una espera tan corta y tan deseada. Me creía fugaz entre tus ojos en aquellos años donde tus despedidas no significaban más que una vuelta lejana.

Y aquí, en el lugar donde muchas veces nos hecho el amor con cuerpo y con palabras, me estás sucediendo. Estás acariciando mi cabello, te estás enredando entre mis pestañas. Qué azul se distingue el cielo a las cinco de la tarde, que claro el silencio cuando tú me pasas.

Te extraño más allá de tu vida y de la mía, el tiempo nos inventó y yo nos disfruto, siempre nos disfruto. Sé que me equivoco, y que mis manos y mi boca suelen ser en ocasiones torpes, pero sé que nada sobra y nada falta para hablar de ti y de mí.

Pasarán los años y pasarán cosas, y yo te seguiré queriendo más que la primera vez que me robaste un beso y me hiciste tuya. Te querré más que la primera vez que dormí contigo, que me desnudaste toda de los pies al alma. Te querré más que la primera vez que te enfadaste conmigo.

Me sucedes, siempre me sucedes. A las cinco, a las cinco y cuarto, a las cinco y treinta; a todas horas. En el tiempo, en el espacio, en el día; de madrugada y noche me tienes sucediéndote.

martes, 4 de enero de 2011

Llegas cada noche.

Quizás la vida siga, la gente andará calles a pie o en coche. Algunos seguirán hablando de Dios como si viviera en sus casas. Por otro lado, otros tantos tontos seguirán burlando a la muerte, unos más estarán llenando hoteles de vacías caricias y cuerpos llenos. A algunas mujeres les faltarán alas para encontrar su rumbo, contados hombres estarán trabajando para dos que tres. Seguirán transitando mentiras por la ciudad, seguirán saltándose los puentes, llantos estarán estallando, se seguirán vendiendo mil imitaciones de todo. Las distancias seguirán impidiendo perdones, alejando más al hombre de su hogar y dándole vueltas a los asuntos. Seguirán regresando mariposas a la panza de muchos adolescentes locos, fantasmas volverán del pasado a mitigar sedes presentes. Puede que sigan lloviendo a diario muertes, el noticiario seguirán sin decir nada interesante, el estúpido de la esquina seguirá gritando notas crudas de cuerpos sin vida y sin presente.
Quizás la vida siga dando vueltas a todos los que no hemos encontrado algo mejor que hacer. Bombas seguirán contaminando los oídos de tantos que creen que la paz se vende en bolsa. La vida seguirá matando días con ayuda del Sol. Yo, seguiré llegando tarde a casa, desayunando algo que no me gusta, cambiándole el aceite cada mes al coche, poniendo gasolina cada que él me lo pida. Seguiré componiendo para no aburrirme los domingos, para ganas algo de dinero. Seguiré pensando en la dulce cotidianidad de la que soy adicta. Seguiré dando vueltas por la casa mientras pienso por dónde empezar a limpiar. Seguiré hablando de cuanto mundo he pisado y de cuantas promesas no he cumplido. Mis vecinos seguirán estacionando su coche amarillo a las seis de la tarde siempre en el mismo lugar. Seguiré cenando con la mujer de siempre, dibujaré de vez en cuando para no escribir, seguiré con la única amiga que no ha querido besarme. Seguiré preguntándome cómo habría sido mi vida en otro lado, con otra comida, otros sabores, otros libros, otra profesión.
La vida seguirá su marcha, siempre perfecta imperfecta, siempre acomodándose donde no se entiende. Seguiré ahí acordándome de ti. Estorbarás a todos mis recuerdos.
Llegarás cada noche, siempre puntual a recordarme lo invalida de razón que soy.
Quizás la vida siga. ¿Y tú, en dónde sigues?