miércoles, 28 de septiembre de 2011

María llegó tarde a mi vida

Era ella una mujer tan diferente que, nunca la encontraba en ninguna otra mujer. Me la imagino de mañana. Seguramente se bañaba con el sonido del ferrocarril obligado a pasar por unas viejas vías; un tanto desgastadas por el pasar cotidiano de los humanos tercos en seguir transportando granos ya no sustentables en alguna parte de México.

Ella, María. Ella casi nunca, por decirlo de alguna manera; nunca llegó tarde a ningún lado, qué raro. Cuando se trató de llegar temprano a un lugar: mi vida, por qué no decirlo; llegó tarde. Digo tarde porque nadie al encontrar el amor, hubiera tardado tanto en tomar cualquier autobús, avión, bicicleta, barco de papel, para acudir a tiempo, y así, encontrarse con la única persona capaz de reconocer tus labios en una orgía a obscuras.

Pues sí, María como acostumbraba llegar tan temprano, ese día se le ocurrió llegar tarde al café donde yo aguardaba a sus pechos; esos redondos y danzantes impacientes debajo de una blusa, por lo regular café. El cuello de María albergaba historias fascinantes, nunca la mía, siempre la exacta para decirme que no tardaría mucho tiempo en abordar otra piel distinta a la debajo de mi ropa.

Cuando conocí a María eran las cinco y treinta de la tarde, el café pintaba a tequila y canción de tarde. La cafentina en la que me encontraba era pequeña y extraña; lo extraño se lo saqué del olor a madera vieja y desengrasante de trastes que daba al entrar, aunque supongo, también se lo daba por el sabor a recuerdo en sus tazas de jengibre siempre blancas y un tanto despostilladas.

La cafecantina (concepto utilizado por mí al ver mi té de tarde siempre transformado en licor) en fin, la cafentina en la que me encontraba era de color blanco, combinaba con los ojos verdes y los labios algo rosados de María. ¡Carajo! ¿Por qué llegaste tan tarde, María? Da igual, de todos modos las historias acordonadas a tu cuello nunca hubieran sido mis besos ni mis orgasmos en tus manos, ni mis muslos cabalgando en tu vientre, ni mis… ni nada.

Ese día en el que tu cuerpo se topó con mis ojos, un escalofrío de terror me recorrió la espalda entera. Nunca había sentido una electricidad correr de mi cabeza a mis talones más que la primera vez que alguien introdujo sus dedos en mi vagina. Jamás había localizado la parte exacta de mis huesos en una mujer hasta que vi los tuyos de fuera.

— ¡Acaban de atropellar a María!—dijo un hombre entrando desesperado a la cafentina.

Los que escuchamos el alarido del pobre hombre, nos incorporamos de nuestras sillas de Coca-cola para salir a la calle. Gente curiosa ya estaba alrededor de una mujer de blusa café, collares en cuello, botines color miel, un cabello largo hermoso, y sobre todo, unos ojos casi transparentes manchados de sangre. Fue la primera vez que me vio María. Fue la primera vez que me di cuenta que ella había llegado a tarde a la mejor de sus citas.

Digo, la mejor de sus citas porque seguramente al verla entrar a la cafentina yo iba a pararme justo a su lado para decirle: ¿me puedo sentar? Hubiera sido encantador conocer a María…viva.