jueves, 25 de octubre de 2012

La flecha con hambre

Le dijeron que no podía clavar las manos en el cielo porque su peso era demasiado ligero para el viento.   Dijo entonces que tampoco podría quedarse en su ciudad porque su lengua era demasiada larga para el silencio.  Le dijeron que no podía quedarse porque su fe era muy grande para sus iglesias.  Dijo entonces que tampoco podría quedarse en su ciudad porque sus manos eran demasiado pequeñas para tanta injusticia y llanto. 

Tomó sus maletas y adornó con dientes la mezquindad de aquellos apresadores de sueños y voló. 

Voló noches enteras esperando saber a qué huele el cabello de las sirenas en el bosque.  No supo correr bajo el agua cuando vio a esos seres, mitad mujeres y mitad pescados.  Quedó en fascinación cuando de golpe pronunciaron: ¿tienes sueño? a lo que les contestó: no, tengo hambre.  Nosotras tenemos sed y vivimos en el agua, dijeron los seres.  Lo sé, les dijo ella, yo he vivido donde hay corazones y no hay amor.  He venido de donde hay hambre y no hay comida.  He llegado de donde hay sol y se usan gafas oscuras.  He venido de donde hay guerra pero no llega la paz.  He venido de donde hay medicinas pero solo hay muertos.  He venido de donde hay bocas pero no sonrisas. 

No hace falta me expliquen a qué hora sale la luna porque bajo el mar la sed hace enceguecer todo y no se distinguen los colores. Luchar contra los ciegos de corazón es como tener sed bajo el mar.  Así estamos en la Tierra también. 

La flecha continuó su viaje y nunca paró. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

(...)

¿Cómo hago para olvidar a esa mujer?

Lo que se ama, amigo mío, no perece nunca. 

Lluvia

10:30 de la noche.  
Afuera llueve, adentro también. 


— ¿A dónde va?

— A morirme a algún lugar donde no le dé asco mi muerte. 

— Pero, Aurelio, afuera llueve.  No querrá morir de hipotermia cuando de lo que muere es de amor por mí. 

— No importa, solo quiero ser discreto cuando mi corazón deje de latir, Griselda. 

— ¡Momento, Aurelio! Me voy con usted. 

— No, Emilia.  Gracias.  Hoy quiero morir solo. 

— Déjelo, Emilia.  ¿Acaso no ve que este hombre está hecho una piltrafa?

— Si usted es una piltrafa, yo lo seré también. 

— Amable mujer pude encontrar en este lugar, pero no. En esta vida no, Emilia. 

— ¿Pero, por qué no?

— Porque afuera llueve, y porque en esta vida es Griselda y no usted la que mata mi olvido. 

— Vaya entonces, Aurelio, la lluvia lo está esperando. 

— Griselda,deje que el hombre salga sin paraguas.  A nosotras nos espera mojarnos acá adentro, con la desesperanza. 

— A los muertos el olvido nos provoca, pero no nos moja, Emilia. Váyase, Aurelio, antes de enamorarse más de mis heridas. 


martes, 23 de octubre de 2012

Baila


Las esferas del anuncio de coches.

Los ladrillos de tu departamento. 

La mujer vendiendo quesadillas. 

Mis moléculas cuando te tocan. 

El motor del refrigerador.

El dolor de muelas. 

Las luces del sol. 

La electricidad.

La licuadora.

Mi escalera.

Mi guitarra. 

Tus pecas.

La locura. 

La noche.

Tú. 

Yo. 


El mundo entero baila cuando hacemos el amor. 

Ella

Ella cree que el cielo es azul porque se le reflejó el mar en el vestido cuando tropezó con sus lágrimas.

Ella es una amante empedernida de las letras y los libros. 

Ella es admirada por el mundo. 

Ella es una sinvergüenza.

Ella es ella. 

Ella. 


Fracaso

Necesitaba sacarte de mi pecho y me acosté con todas las personas que se cruzaron en mi camino, y ahí, en el lugar más lejano del mundo seguí con un hervidero en el cuerpo mayor a dos planetas completamente desfragmentados: fracasé.

Necesitaba tanto sacarte de mi cuerpo y te vomité por los ojos en forma de lágrimas, y ahí, en el lugar menos colorido de este triste mundo seguí con las piernas rotas de tanto correr a buscarte: fracasé.

lunes, 22 de octubre de 2012

Me iré

Sí, acomodaré mi cabeza en una almohada desconocida pues ya no habrá más qué hacer.  Tengo que irme. Dicen que hierbamala nunca muere, pero yo siempre preferí la menta y hierbabuena en el té.  Aparte, necesito ir a echar raíces como lo hacen los árboles: en la tierra. Considero injusto dejar de usar la vida cuando el cuerpo se descompone, pero nada se le puede cambiar a una ley infinitamente -quiero creer- divina. 

Hice de esta tierra un mar de sentimientos y una hamaca de destierros.  Le mentí a quien se merecía la verdad y le dije la verdad a quien se merecía mi boca engañando.  Compré muchos casetes y los abandoné cuando llegaron los discos compactos.  Infortuné a mis vecinos con canciones hechas a las dos de la mañana y me desperté gritando por una ventana saludos sin respuestas.  Saludemos al mundo, nada nos cuesta.  Siempre he creído fervientemente en los abrazos a distancia porque desde los diecisiete años los he mandado, aunque a veces se equivoquen en el destinatario.  

Regalé jardines enteros de flores, nunca corté una.  Rompí corazones, el peor fue el mío, porque nunca supe cómo armarlo; supongo que sin la primera erre hubiera sido justo y suficiente.  Nunca aprendí a hablar un idioma completo porque me bastó la música, y esa justificación para no acordarme el miedo de irme a otro país a entenderlo, o de levantarme más temprano para terminar los cursos sabatinos en domingo.  Amé tanto a mi país que me urgieron sus dialectos en mis agendas y en mis cuadernos.  Nadie supo lo bien que los estudié y hablé. 

Estudié el principio de varias cosas, pero no el final porque los finales abiertos son los más felices.  Adorné muchos pinos de Navidad hasta que supe de dónde nacen los recuerdos.  Comí en muchos países y vomité solo en el mío: letras, hambre, amores.  Destendí muchas camas, pero compartí pocas veces mis sueños.  Levanté muchas faldas, pero me quedé a dormir en pocas de ellas.  Nunca aprendí a volar sin tenis puestos, jamás me imaginé una banqueta sin huaraches.  Tampoco aprendí a regresar a los lugares donde más me lastimaron, porque hay personas que aún no sé dónde encontrar.  

Herí mucho con palabras que después quise quemar en papel, arrojarlas con piedras, tirarlas al viento.  Fracasé.  Lloré solo en dos hombros, después olvidé la contraseña de mi pecho para mostrarme débil, triste y vulnerable.  Recibí muchos aplausos, unos obligados, otros sinceros, unos hastiados, otros fueron de pie.  Pero, la mayoría de las veces, las palmas no fueron de las manos esperadas en los grandes conciertos: los amados. 

Visité muchos enfermos y los vi morir con una melancolía caída de un árbol de manzanas en invierno.  Lo más melancólico es cuando vi muertos caminar por allí, ocupando el lugar de alguno de mis amigos enfermos con tantas ganas de correr el viento.  Nunca ahorré dinero, siempre me gasté todo lo que quise, también lo que no quise y también en lo que nunca pude comprar.  Cuidé mi cuerpo lo más que pude a pesar de todas las circunstancias.  Aprendí lo más posible, comprendí lo menos y recordé poco.  Leí cuanto libro se me puso enfrente, por eso no iba a las librerías, también por eso del dinero.  Escuché a Sabina y a José Alfredo como un intelectual Marxista leyendo a Borges. 

Me emborraché hasta creer estar enamorada del de al lado, después me desperté pensando en algún amor sin terminar dejado lejos.  Dormí poco porque era bien sabido por mis amigos el gran dicho: ¡Pierdo el tiempo en esa cama! ¿Qué tal si lo ganaba?  Nunca terminé de hacer maletas, jamás terminé de mudarme de ninguna ciudad; siempre regresé por algo o por alguien.  Me dio miedo Israel, por eso dije no a tomar un avión con ese destino.  Rechacé tres veces un anillo por miedo a caerme de ese mismo avión.  Quise mucho a varios hombres y a muchas mujeres.  

Me enamoré hasta quedarme sorda y ciega, porque la locura fue la única razón que encontré en el destino de los encontrados juntos.  Devoré cuerpos y firmé sentencia en ellos a pesar de verlos zarpar lejos.  No me salvé del mundo porque no se me dio la gana ser igual a todos. Leí muchas novelas, pero fueron más las que viví.  Saqué la cabeza por la ventanilla de algún coche muchas veces para saber a qué huelen las ciudades. 

Dejé que muchas mujeres me dijeran lo maravillosa que yo era, se desvelaran en mi boca y me hicieran el amor, pero nunca pregunté porque no podían quedarse conmigo.  Nunca dejé de creer en el amor aunque todos los amores me despidieran sin ponerme en sala de espera. Hubo quien quiso enseñarme todo el mundo y solo me enseñó el final.  Amé, siempre amé.  Amén, siempre amén.  Amen, siempre amen.  No aproveché bien el tiempo, pero conocí muy bien la dicha y el desamor que para esos los relojes nunca avanzan. 

Hice amigos y con una flor apuntando su sien los hice mis hermanos.  Los adoré hasta quedarme muda y sin manos.  A mis hermanos los volví con sonrisas mis amigos y los llevé al mar a juntar caracoles en la playa.  Nos adoramos todos en un secreto chiquito como las conchitas invisibles de Vallarta. Me aprendí cien canciones y se me olvidaron quinientas. 

Besé muchas bocas para poder besarla así a Ella.  Le escribí canciones, le hice el amor, la dejé cuando fue preciso se escuchara sola.  Le aventé besos por las mañanas, le enseñé mi ropa interior.  La invité a bailar, le puse el nombre de una ciudad de Europa, le escribí cartas y notas de amor.  Le tendí una trampa en mi casa para beber vino la noche entera, la tapé del frío.  Le conté el cuento del giraluna y me tendí a sus pies.  Le hablé del teatro de las casualidades, del 6 de septiembre, de México y París.  Le hice el amor a las cinco de la tarde, le compré un regalo, me quedé a dormir.  Le alenté en su arte, le mandé te quieros, le agarré el desaliento y le solté la locura.  La dejé tranquila cuando precisó abandonarme.  Le lloré a diario y le puse el nombre de todas las mujeres a Ella. La llamé cobarde y la mandé a Buenos Aires a que se fuera a dormir.  Tampoco le pregunté por qué no se quedaba conmigo.  

Me aprendí todas las capitales del mundo por si alguna noche despertaba lejos de mi patria amada.  Me levanté en armas cuando fue preciso, me fui a la guerra a perder algún pie, me senté en un banco que nunca fue mío, olí a sangre cañones de anís.  Leí a Bach y escuché a Hegel, será por eso que no los entendí.  Fumé tabaco y cosas raras.  Más de seis veces bebí café; más de seis veces decidí cambiar de decisión.  Treinta y dos veces intenté andar con la misma chica, las mismas veces me dijo no.  
Lloré muchos océanos porque ya tenía preparado el barco que estuve construyendo tantos años. 
Podría no dormir esta noche y seguir esta lista desordenada de cuantas cosas he hecho.  Pero, si no me detengo ahora, quizás no me detenga nunca, y la eternidad solo espera a los que no han vivido.  Y yo sí viví. 

Por 
supuesto 
que 
viví. 

Vi-ví.

V
i
v
  í. 





martes, 16 de octubre de 2012

Las reglas de mi casa

Esta es la casa donde vivo, no importa la fecha, hora o ubicación.  Estas son las reglas para vivir en ella:

1.- Aquí nadie deja de soñar con despertador.

2.- Nadie se va sin un beso en el cuerpo y otro en el alma.

3.- Aquí se llena el refrigerador con amigos y risas diarias.

4.- Nunca se debe llegar antes de vivir lo suficiente, ni irse antes de no haber vivido lo justo.

5.- Siempre debe de haber música, aunque se ausente la luz eléctrica.

6.- A los invitados se les hace el amor y se les descorcha una botella de vino.

7.- Aquí se permite hablar y se escucha. También se permite guardar silencio.

8.- En las macetas solo pueden sembrarse giralunas.

9.- Nunca se extraña porque siempre se está cerca de quienes son la casa. De los amigos, de la familia, de ti. 
10.- Las puertas y ventanas siempre están abiertas. Pero nunca da frío.

11.- Nunca, pero nunca, se va a la cama sin pedir perdón a quien se haya ofendido.

12.- El amor se sirve a todas horas y en toda la casa.

13.- Después de la pena, todos ayudan a lavar la losa y a secar las lágrimas.

14.- El rencor, el odio, la envidia, el celo, la avaricia, la hipocrecía y la pereza no están en la lista de invitados.
 15.- Los libros entran por la puerta de enfrente.

16.- Nunca se llega tarde a los cumpleaños.

17.- Cada quien siembra sus flores y se roba sus propios aguacates.

18.- Todos se acomiden. 

19.- Siempre se dan los buenos días, los malos se tiran a la basura.

20.- Aquí se vive.

sábado, 13 de octubre de 2012

martes, 9 de octubre de 2012

Desvelo

Hace casi un mes aprendí a desvelarme sin sentir sueño a la mañana siguiente en el trabajo.  
¿Que cómo hice tan tremenda hazaña? Me dispuse a querer sin horario.  
A la palabra "desvelo" le sobran dos letras: con la que inicia mi nombre y la quinta después de tu inicial, así entonces,  quedaría lo que a diario siento.  
D
e
s
e
 o. 


sábado, 6 de octubre de 2012

Duerme

Duerme.  Afuera todavía nos estamos amando. 

Despedida anunciada

Después de amarnos tanto -porque no le puedo poner otro nombre al revoltijo de colchas sobre la cama- te irás.  Acomodarás tu cabello de lado y partirás como soldado enviado a guerra sin fusiles en la bolsa.  

Es verdad que no hay arte sin herida, noche sin día, raspón sin herida, amigo sin brazos, café sin moler, amor sin despedida, ni yo sin guitarra.  

Pero, ¿ahora qué sigue? Seguramente abriré puertas y ventanas para echar por ellas todo tu olor y tus risas.  

Y entonces me faltará el aire -valor- para decirte: 

¿A 
dónde
te
 fuiste?
¿A 
caso
no 
ves
lo 
mucho
que 
has
hecho 
dentro 
de
este
pecho, 
mujer 
m
u
j
e
r?




Carta de amor en el metro San Joaquín

Naranja es la línea San Joaquín, como las hierbas hervidas y los colores en tu taza. 

     Te hablaré de amor pues fue el mejor oficio que me enseñó mi padre.  No sé más que lo reflejado en mis manos gastadas por tanto trabajo y tantos amores.  He hecho poco a comparación de lo que han hechos muchos a mi edad.  Suelo dormir pocas horas porque también tengo poca ropa y necesita ser remendada casi a diario.  Encontrarte bailando en mi azotea ha sido la música más maravillosa del mundo después de la lluvia y el mar.  Te veo grande, como los árboles de Tepoztlán.  También te veo callada y mística como los paisajes de Tlaquepaque.  

    No tengo mucho, pero tengo mi guitarra y eso llena las ausencias de cualquier corazón atolondrado.  Quiero hablarte de amor porque desde mi encuentro contigo, es la palabra que más pronuncio con alerta y desequilibrio. 

     Ya no sé a qué se parece el mar después de haber navegado entre tu cuerpo, ya no sé si se creó primero la playa o la idea de que bajases a la tierra convertida en mujer.  A veces canto con la boca abierta y el corazón cerrado.  Pero ahora, canto con las manos abiertas y el corazón despierto.  Camino con los pies torcidos para tropezarme si me das miedo y corra lejos de ti.   

     Toma todo el amor que quieras de mi cuerpo, hazlo caer en cenizas sobre todo el valle de Morelos.  Haz barquitos de papel maché y ponlos a navegar entre mis piernas.  Llena con mis canciones tus maletas.  Limpia con mis besos tus heridas.  Maldice con mi voz toda la música del mundo.  Honra con mi cuerpo tu venida.  Pinta con mis sábanas tus nubes y acuérdate de extrañarme más y temerme menos. 


     También en octubre nacen las flores y crecen los quereres.  También en otoño mi casa se siente primavera.  También en el miedo se tienen las ideas. También en otros besos se siente mi boca.  


Segundo vagón; primer asiento. 


El viaje

Salí de Tlaquepaque cargando un azadón de cuentos rotos pero bien remendados. El clima era tan pacífico que pensé en tu boca; olvidada por muchos guerrilleros perdidos en los años quince.
Después con mochila a espaldas tomé el primer tren carguero, sus luces a las seis de la mañana mancharon la divina encomienda de la que el sol es encargado: despertar.

A las siete con quince minutos, un hombre alto y áspero de cara me preguntó tu nombre. Imagino que mi cara era triste, porque si hubiera sido de preocupación, entonces me habría preguntado por mi madre. Le dije que te llamabas como recuerdos, que por eso me atormentaba el mundo conocido, sin embargo, no conozco otro. Selló mi boleto, miró de reojo mi carga y se alejó, como quien se aleja de un mal augurio; así.

Mi carga: un cielo azul cangrejo, así como suave y ardiente. Me acomodé la cara entre las rodillas y empecé a contar cuántas lágrimas se necesitaban para limpiar los huaraches sucios abrazados a mis pies. Trece, se necesitaron trece lágrimas y un suspiro para acomodar un mechón de pelo atrás de mi oreja y continuar el rumbo con los pies más limpios.




Una noche en el desierto conocí el mar

Una noche en el desierto, comprendí que el mar llega en forma de olas, de palabras, de personas.  De ti.