jueves, 6 de diciembre de 2012

Déjanos

Déjanos ir temprano en la mañana; es más, déjanos ir ya, de golpe.

Me extraña estar pidiendo esto cuando más quise estadía.  Ya no quiero jueves y domingos pensando en tus lentes de contacto, ni tus acertijos de escritores vagos latinoamericanos. 

Pude amarte eternamente, pero te dedicaste a destruir el mundo.  Era como si pasaramos de enero a julio en un solo beso y después me instalaras en septiembre esperando sucedernos.  Fui tan cortés en nuestro amor que para ti la única bandera fue la guerra.  No importa de qué color es la paz, nunca tuve la mezcla perfecta de colores para hacerla, ni papel de china suficiente para hacerte globos y volar.  Nunca fui suficiente.  No importa cuánto llorara, nunca llené el mar. 

Déjanos en un rincón del mundo, donde se empolvan los buenos amores, donde se entierran y esperan el juicio de la humanidad.  Cuántos muertos tiene el mundo que de nosotros no se enterará.  No pienses en cuántos corazones has tirado en carreteras, ni cuántos orgasmos se llevó la noche entre las piernas.  Que no te azoten caballos de agua las arenas.  Acuérdate: soy fuerte, tengo el pecho de piedra y la piedra es de algodón.  No prendas incendios donde no hay bosques a menos que necesites la luz del sol sobre la noche.   Siéntate y descansa si quieres, pero déjanos ir. 

Déjanos ir aunque sea tarde.  Porque hemos estado en la misma ciudad, pero en diferentes mundos. 

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