lunes, 18 de febrero de 2013

Buenavista

En el sexto andén del tren fue donde mi corazón se convirtió en un pasajero más del mundo.

Fueron dos horas las que esperé en la estación Buenavista a que Raquel llegara a reclamar el equipaje cuidado por mí.  Pasó que nunca nadie llegó; niños, mujeres, hombres, perros, policías pasaban sin pedir explicaciones sobre esa maleta verde que cuartos de hora atrás había caído en mis manos.  
Eran las nueve de la mañana de miércoles.  En enero las mañana son frías y más cuando se va de México a Querétaro sin decir adiós a nadie, ni a uno mismo.  Las despedidas para mí nunca han sido fáciles, por eso, me dedico más a las bienvenidas anunciadas que a los adioses sorpresivos. Ese día no era una excepción, la ciudad me había dejado los talones desnudos y ya no quería respirar tanto mezquite artificial.  Tomé una bolsa de ixtle y me quise ver verdaderamente fiel a mis octagonales cuentos mexicanos; me volví un arrebatado caminante con una bolsa a los hombros.  Tejada había inaugurado el tren y yo había inaugurado la libertad tardía; nos  hicimos cómplices de una mañana sin que él lo supiera.  Partí.  Al llegar al tren percibí un fuerte olor a pintura barata y nueva, me reí de lado para contemplar el montón de personas corriendo de un lado al otro, unos accidentalmente se amoldaban a mis hombros para dejarme ver lo lento de mi caminar al andén.  Siempre he sido de disculpas pedir, pero, esta vez quería recibirlas y nada.  A todos les importaba más probar los vagones recién puestos en la ciudad que levantar una bolsa de ixtle tirada en el suelo.    
Cuando llegué al andén número seis no pude dejar de caminar en dirección a una chica con dos maletas en cada mano.  Era hermosa; ojos grandes, mirada de quien llevaba una pena en el pecho, cabellos castaños alborotados por el aire de los trenes, vestido verde pálido que hacía juego con sus ojos y su maleta en mano izquierda.  Nunca el cielo  y el diablo habían estado juntos a la misma hora en un andén de tren.  El bullicio de las personas cada vez era mayor, el ruido del próximo tren  se escuchaba llegar y yo no podía moverme más rápido pues todos hacíamos una  tempestad horrible bajo esos túneles.  El vagón llegó; unos bajaron, otros subieron, ¿y la joven dónde estaba? Pude ver entonces, cómo las puertas del tren cerraron sin esperarme, todo fue en un parpadeo,   sin embargo, no podía creer: la chica había olvidado una de sus maletas en el piso y todos pasaban por ella sin caso alguno de ésta.  Me apresuré a salvarla y la tomé en mis brazos como si estuviera tomando parte de la joven.  Me sentía feliz, pues en segundo sabía que si la  del vestido verde pálido volvía podrìa saber al menos cuál era su juego en este mundo.  Pasaron dos horas, y mis ganas de ir a Querétaro se quedaron sentadas junto a la estación.  Volví a casa con la maleta entre las manos y un desasociego entre el cuerpo; en realidad quería encontrar a la joven de la estación.  Dejé pasar otras horas más y por fin me armé del valor suficiente para fizgonear en esas cosas ajenas a mí.  Esbocé una gran sonrisa al ver lo que me encontré en su interior: un pasaporte con la fotografía arrancada y un nombre maravilloso: Raquel Mainez Mier.  No conocía a nadie con ese apellido, pero me imaginaba era de buena familia.  Había medias de seda, un estuche con cremas el cual ya no olía bien, una postal de París, una cajetilla de cigarrillos a la mitad, un suéter amarillo, una cámara fotográfica antigua y unas fotografías que quizás fueron tomadas con dicho artefacto.  En ninguna de las fotografías salía la joven.   Y, en el fondo de la maleta enocontré una historia; dos cartas escritas a mano por algún enamorado de la joven.  Decían así:

Raquel:
mi amor, regreso a Buenos Aires porque lo nuestro solo será real cuando tú dejes de vivir en un cuento donde los dos terminemos con el mismo final.  Extraño hacerte el amor al lado de la playa, y mojarnos con la brisa del mar todas las tardes.  ¿Recuerdas cuando tu ropa interior se lleno tanto de arena que decías cómo un cangrejo podría ser feliz entre tus pechos? Yo sí lo recuerdo, pareciera que fue ayer cuando fuimos con la Sanjuanela a que nos casara a escondidas.  No había mujer más bella sobre la tierra que tú con tu vestidito blanco.  No había hombre más dichoso sobre el mundo como yo con mis huaraches nuevos.  Raquel, de una vez debes saber cuánto te desprecio, mira que jugar conmigo y decir que me querías y después irte con otro.  Raquel, mi vida, eres tan bella que me asustas.  No sé a qué se parece el cielo, pero supongo que huele a ti.  Recuerdo cuando nos raspamos las rodillas de tanto amarnos entre las piedras, parecía que un pez gato te había arañado la espalda sin piedad y era yo quien te había recargado contra el risco mientras el agua me pegaba en los tobillos.  Raquel, amor mío, ¿qué vas a  hacer ahora en la capital?  Bueno, yo no quiero más dolores, te digo que lo poco de amor que tengo por ti lo voy a lanzar mañana de una lancha y me regresaré con mi padre a Argentina.  Siempre decías que México era más bello, pero no puedo llamar bella la tierra que más me hace sufrir.  Te querré siempre aunque te aviente al mar.  
Vuelve, Raquel, me estoy muriendo sin ti. 

Tuyo: Joaquín

Raquel: 
Mi amor, gracias por haber venido después de la pelea en la cantina.  Perdóname por ser un bruto.  Te veías hermosa en tu vestido verde; combina con tus ojos.  Por cierto, creo que tienes razón, lo mejor será separarnos.  Nuestros caminos siempre serán el mismo, solo que vamos enfrente uno del otro, nunca juntos.  Deseo seas feliz en la capital y te amen más de lo que yo te amo.  No dejes de cantar y pintar a los volcanes, no dejes de darle un beso a la Sanjuanela de mi parte, esa mujer fue como una madre para mí.  ¡Te imaginas cómo hubieran sido nuestros hijos! Sí, tendrían tus ojos y mis manos, reirían como tú y vociferarían como yo.  Sus cabellos serían de color miel y besarían tan rico como tú.  Deseo, Raquel que seas feliz.  

PD. No tiré tu amor al mar, me lo llevo guardadito en el pecho. 

El que era tuyo: Joaquín. 

Después de leer esas dos cartas me había enamorado de Raquel, quería saber qué había pasado, si se había casado acá en la capital, si tendría una oportunidad de invitarla a comer, a pasear, a dormir, a vivir cuando le regresara la maleta.  Pasé tres días seguidos a la misma hora con la maleta en el andén por si se le ocurría regresar.  Revisaba sus cosas y las cartas me las había quedado yo.  
Al cuarto día de mi espera se apareció la joven y me tiró una sonrisa tan grande que me imaginé esa risa en un niño que llevara también mis manos y todas las cosas que Joaquín no logró.  Al toparnos por fin nos dijimos: 

–– ¡Muchas gracias, señor! pensé que había perdido tan querido equipaje.  ¿Cuánto le debo?
––No es nada, Raquel, sino todo lo contrario, quiero invitarla a comer. 
––¿Raquel? Disculpe señor, pero creo que me ha confundido. 
––¡¿No se llama usted Raquel?!
––No, mi nombre es Victoria y creo que usted es un metiche muy honrado.  Ha revisado el contenido de esta maleta si mal no me imagino. 
––Disculpe, señorita, sólo era para saber si tendría alguna dirección para regresar dicho equipaje.  Vi un pasaporte, una postal y otras cosas, pensé que eran suyas.   ¿Me permite saber quién es Raquel?
––Lamento decirle que es era mi abuela, acaba de morir de 94 años, esta maleta fue lo único que me dejó de herencia argumentando que la historia de la cámara fotográfica es bellísima.  Ahora si me permite. 
––Sí, claro.  Tome su maleta y no la entretengo más.
––¿Está usted bien? Se puso pálido y de repente me pareció triste. 
––Lo que pasa es que a veces quisiéramos vivir historias que ya fueron contadas.  No se preocupe. 
––Bueno, lo dejo porque aún tengo que ir a conocer a mi abuelo, dicen que es Argentino y que es mucho menor a mi abuela.  ¡Gracias nuevamente!

Me quedé desconsolado imaginando cómo hubiera sido conocer a Raquel con o sin canas.  Hubiéramos vivido una historia maravillosa.  Pero yo Ramiro Martínez aún soy muy joven para ser abuelo.  

miércoles, 6 de febrero de 2013

Un trato

Tú harás como que no pasó nada.  Yo haré como que no escucho cuando me llamas.  Haremos un trato de esos que es imposible no cumplir.  Haremos un trato, de esos que hacen los que alguna vez se amaron. 

Amaremos a con quien estemos; rozaremos nuestros labios en sus frentes, dormiremos con sus cabezas entre los hombros, escucharemos sus canciones evitando pensar en nosotros, les haremos el amor, los levantaremos y dejaremos a sus manos arrullar las nuestras.  Nos dejaremos el cabello largo para hacer columpio a los recuerdos.  Llenaremos nuestras vidas de momentos hermosos: el nuevo trabajo, el nuevo concierto, la casa nueva, el sofá caro, la duela sin rayar, los zapatos con caja de papel, el coche con kilometraje intacto, el viaje soñado.  Aplazaremos momentos tristes: la caja de cartas viejas, la agenda negra, despedidas sin reproches, el piano empolvado, la cicatriz del árbol, el bolígrafo sin tinta, la máquina de escribir junto a la botella de vino.  El adiós.  

Tú harás como si nunca hubieses cantado mis canciones, yo haré como si nunca hubiese contado todos tus cabellos.  Harás que tu casa borre mis manos de su puerta.  Venderé mi coche y lo transitarán nuevos destellos.  Ahorraremos palabras para no malgastarlas; serán teamos bajitos de volumen.  Haremos como si no somos lo mejor que nos pasó.  

Sabré desde lejos cuando de repente mires al cielo pensando en mi nombre.  Serás feliz y el mundo reirá contigo.  Yo también.  Haremos las pases para volver a pasarnos cada que cerremos los ojos.   Reuniremos la tristeza del Universo entero y nos la beberemos alguna tarde que abramos una ventana y queramos volar a encontrarnos.  Tú harás como si no escuchas a Pablo Alborán, y yo como si no escuchara a Pedro Guerra.  Sobreviviremos en un mundo que no es el nuestro, pero el preciso. 

Jamás me pedirás que vaya porque sabes que tú no puedes venir.  Sin embargo, te digo: si al pasar los años, sin querer, nos vemos en la calle, no cruces para saludarme y decirme cuánto me has extrañado; seguramente entonces, te habré visto primero y estaré abriendo mi pecho para que veas tu lugar intacto.  
El trato será, no pensarnos cada vez que el amor nos arranque del pecho el miedo.  El trato será amarnos hasta cuando no. 

Mientras tanto adiós, se me hace tarde.