jueves, 29 de octubre de 2015

Ni un día más



Yo no quiero tu amor eterno,
ni los pájaros azules estacionados sobre la ropa húmeda tendida,
no quiero los domingos con arte, ni los martes con pendientes, 
ni las estrellas rotas que escapan por tu pelo de los jueves. 

Yo no quiero flores de ruido asesinadas en la esquina, 
ni retazos de recuerdos enmarcados para regalo de cumpleaños,
no quiero tus huellas en mis libros,
ni el humo de tus historias derramado en el sillón. 

Yo no quiero que cantes poemas de primavera, 
ni que saques mariposas de mi pecho en los inviernos,
no quiero que derrames el vino sobre mi ropa, 
ni quiero promesas olvidadas en el beso del verano anterior.

Yo no quiero que me calientes la sopa cuando llegue tarde, 
ni quiero junios y diciembres doblados en el librero, 
yo no quiero que me compartas de tus hierbas medicinales,
ni que le pongas una esferita a mis deseos perdidos y les untes miel.

Yo no quiero tu café importado, 
ni tus frutas y verduras,
yo no quiero sandalias cuando el agua abandone el cielo,
ni quiero tu tinta, ni tu papel, ni tu edificio, ni tu luna, ni tus soles,
yo no quiero tu todo, ni tu falta, ni tu sobra. 

Yo no quiero que me beses como nunca, 
ni que me ames más que siempre, 
yo no quiero que me cuentes del pasado, 
ni que me convenzas de un futuro. 

Yo no quiero ni tu casa, ni tu taza, ni tu perfume, ni tu colcha,
ni quiero tu dinero, ni tu almohada, ni tu sombra, 
yo no quiero tus discos, ni tu música, ni tu rola favorita,
yo no quiero tu rencor, ni tu saliva callada, 
ni tu árbol, ni tu tumba.
Ni tu vida, ni tu muerte. 

Yo no quiero tu emoción cuando se hiere el día
ni quiero lluvia en un vaso de cristal cortado, 
no quiero tu lengua con fuego a las tres de la mañana, 
ni quiero tu ternura en los huecos de mis huesos. 

Yo solo quiero que te quedes hasta que te hierva irte, ni un día más.

Porque yo no quiero
             
                                                   ni tu vida

                                                                                           ni tu muerte
     
                                                     ni tu árbol


                                                                                            ni tu tumba.


Yo solo quiero que te quedes

hasta que te hierva

irte

irte

   irte...



                                                                                               
                                                  ...ni un día más. 


lunes, 3 de agosto de 2015

Quieros de madrugada

Quiero ir a casa de mis padres y que me reciban con jarros de ponche de frutas calientes y miel. Quiero dejar tiradas las botas en el piso, descalzarme y no cuidarme la garganta, dormir en la cama donde murió mi abuela y pensar en el último minuto que fue feliz, arrancarme la ropa mojada de llanto y acurrucarme los recuerdos del miedo a los fantasmas. Quiero acordarme bien a qué olía la infancia de los sueños.

jueves, 9 de julio de 2015

Me gusta llorar en el súper

Con las manos sobre el carrito metálico y despintado
con mi risa de estrella coja sobre el cristal de los vinos caros
en medio de las ofertas del miércoles por la noche
con los suspiros atorados en las pestañas del dependiente
con los ojos enrojecidos de terror

Con un pan rancio en la bolsa y la esquizofrenia a un lado
con la cabeza fría de las cervezas calientes
entre la batalla de las aceitunas orientales y los aguacates mexicanos
entre el esnobismo del sábado y domingo 
en el Superama de la Condesa
entre la reserva y el testaferro 

Bajo el bisturí de las lámparas blancas colgando del techo 
sobre los pescados tristes añorando el mar muerto 
con las caricias de fuera y la resaca a cuestas
a un lado del cilantro gris y el sushi insípido de caja
entre hombres con celulares más inteligentes que ellos
entre mujeres con listas interminables de cosas "necesarias"
entre la bolsa café y los converse enlodados de rosas 

Justo donde muere la necesidad y crece lo vano
donde cambié un jabón por lechuguillas importadas
ahí pisando la temperatura de los sueños 
ahí desobedeciendo al destino ermitaño
entre las medicinas de moda y el pollo frito de siempre 

Me gusta llorar en el súper para ver qué desgracia me inventan