jueves, 9 de julio de 2015

Me gusta llorar en el súper

Con las manos sobre el carrito metálico y despintado
con mi risa de estrella coja sobre el cristal de los vinos caros
en medio de las ofertas del miércoles por la noche
con los suspiros atorados en las pestañas del dependiente
con los ojos enrojecidos de terror

Con un pan rancio en la bolsa y la esquizofrenia a un lado
con la cabeza fría de las cervezas calientes
entre la batalla de las aceitunas orientales y los aguacates mexicanos
entre el esnobismo del sábado y domingo 
en el Superama de la Condesa
entre la reserva y el testaferro 

Bajo el bisturí de las lámparas blancas colgando del techo 
sobre los pescados tristes añorando el mar muerto 
con las caricias de fuera y la resaca a cuestas
a un lado del cilantro gris y el sushi insípido de caja
entre hombres con celulares más inteligentes que ellos
entre mujeres con listas interminables de cosas "necesarias"
entre la bolsa café y los converse enlodados de rosas 

Justo donde muere la necesidad y crece lo vano
donde cambié un jabón por lechuguillas importadas
ahí pisando la temperatura de los sueños 
ahí desobedeciendo al destino ermitaño
entre las medicinas de moda y el pollo frito de siempre 

Me gusta llorar en el súper para ver qué desgracia me inventan