lunes, 21 de noviembre de 2011

No es otra cosa más que su alma

Para escribir esta carta tuve a bien encender un cigarrillo. No sé si encendí el cigarrillo para traer recuerdos grises como el color del humo desprendido por el que disfraza mi tabaco, o quizás lo prendí para evocar hondos placeres, o quizás simplemente para no olvidar las llagas en mis pies, o incluso en mi alma blanca como la cabeza de mi abuela. Me sonrío al beberme la sonrisa. Me sonrío al beber sin sed.

Esta carta va dirigida sin fecha alguna, para qué ponerle números y letras de meses a un texto que nunca terminará. También, para escribir estas líneas tan superfluas utilizo la misma música de siempre. Para escribir esto no hace falta más que arrancarme tu recuerdo, tu cara, tu sudor, y sobre todo tu saliva de mi cabeza. No, no quiero parecer grotesca al escribir de ella, de la que puedo hablar horas y resumirla en un universo anverso del vivido ahora.

Supongo que la letra de la canción en mi cabeza y en mi ordenador habla de amor, siempre hablan de amor o desamor. Dentro de mis audífonos todas las canciones con un chelo de fondo y una voz tristona lo hacen. Para escribirle esta carta a ella no me fijo en tiempos verbales, ni en retóricas lineales, mucho menos en si tiene sentido lo expuesto. No hace falta. Nunca hace falta si lo que se dice es una explosión constante de mundos paralelos inexistentes y besos mandados a distancia.

Tú eres así, nunca sabes a dónde vas con certeza y, sin embargo, siempre llegas a algún sitio a colocar tu espalda torcida como rieles de tren olvidados por alguna sierra de mi país, igualmente olvidado. Te escribo porque eres la provocadora de tantas nimiedades, de tantas catástrofes, de idilios azotados en la pared de algún sofá, en la cama de algún recuerdo, en todos lados, en ningún oficio, en el suelo de una cama, o en la cama de un río.

¿Recuerdas el amor de adolescente quemando tu pecho y tus manos? Yo lo recuerdo a exactitud, así como se recuerdan los primeros labios no provocados, asqueados, disfrazados de amabilidad y amor. Tu amor de adolescente ahora no ha madurado, te escalda los huesos como las nubes al mar cuando no pueden tocarle. No basta un cuerpo para soportar tantas vidas, tantos desamores, tantas guerras, tantos llantos, tanta soledad, tantos sueños perdidos, tanta búsqueda perdida. No bastan unos labios para besarte toda, Viviana.

Sí, Viviana. Qué bonito nombre te cargas, más grande de lo que eres, más pequeño de lo que quieres. Te dejo ahí, en la casita sola de par en par, esa que como canción te aguanta el paso y te lo deja lento. Te mojas más que el mar cuando está triste. Te caes a golpes como el cielo cuando bañarse quiere.

Háblame, Viviana, háblame que de pasión mortal muero, así como el ave triste que de mañana canta cuando aún no despiertas. Háblame, Viviana, háblame que aún espero a que regreses, desdichada. Háblame ahora, que quitándome los audífonos volverás a callarte en mi cabeza.