jueves, 30 de diciembre de 2010

En tu despedida

En tu despedida hacia el siguiente encuentro, me encuentro algo triste.
Hace tiempo el destino nos encontró por primera vez, el verte me hizo quedarme con el mundo pequeño que había descubierto hasta ese entonces, me llené de dioses sueltos en el aire, las copas de los árboles se ausentaron para volverse sillas en tus piernas. ¿Recuerdas la primera palabra que se resbaló por tu boca? la advertí sigilosa entre mis cabellos, el día nos juntó despacio para alejarnos pronto.
Siempre fuimos un tú y yo tan exacto, tan de frente, tan perfecto.
Nos bebimos en música aún desconocida, contigo ensayé mis primeras canciones, mis primeras letras, mis primeras caricias. Nos enamoramos tanto que no concebía el mundo lejos de tus ojos, no lograba la ausencia de tus manos, de tu tacto al contemplarme recia sobre alguna cama nunca nuestra, sobre algún coche prestado, con algunos pesos regalados. De las veces que nos hicimos el amor me confunden los recuerdos, era tan parecido el desnudarnos que el bailar que de los dos eventos siempre recuerdo los dos como uno mismo.
¿Y ahora? ahora por el momento me desaparezco de ti, para hacerte la vida más placentera, para que tus arrojos no acaben con mi calma. Para no arruinar la valentía que ahora te viste, para no quitarte el color vanidoso que se ha posado entre tus ojos. Mientras para que tus besos no me alcancen me voy de esta ciudad plagada de tantos tus recuerdos, para que tus manos no me llenen de acordes te dejo mi guitarra descuerdada.
Qué lejano me parece el destino cuando te imagino en mi futuro, que lejano me parece el cielo cuando te saco del infierno en que nos dejamos hace miles de horas atrás.
En tu despedida compraré un pedazo de pan para compartirlo solo conmigo, para aprender a ser egoísta y no contar tu nombre entre mis aventuras; para que cada amante sepa de tu lugar intacto. Me arrojo de tus brazos hacia el más infinito precipicio pues será la más dulce de las muertes.
Sé que al recordarnos nos hablaremos al viento y a distancia. Nos reconoceremos en la mirada de los que en común nos tienen, nos inventaremos hazañas y amores. Y si la vida lo quiere, seguramente al pasar el tiempo nos sentaremos en el mismo porche a ver los coches pasar. Y, ahí delante del pasado te preguntaré que si quieres casarte conmigo, me dirás que no, que mi tiempo ha pasado, que me he puesto vieja, me reclamarás los años que te dejé pasar y ahí sobre algún diciembre te dormirás desnuda sobre mis lágrimas de antaño.
En tu despedida pondré el regreso.

martes, 23 de noviembre de 2010

Martha y Héctor (viajeros).

Martha era de esas mujeres que al verlas se siente que se mueve todo, el mundo se vuelve escalera para llegar directito al cielo, los colores se torna pardos y la música se enciende sola. Caminaba como bailando, siempre bailaba. Tenía unos ojos que cambiaban al compás de su ropa; marrones, obscuros, grises, amarillos, tristes. Sí, Martha tenía los ojos tristes, como si siempre estuviera a punto de recordar. Martha sonreía siempre de lado, como si sus labios grandes fueran guardando la mejor risa para una ocasión especial. Sus manos eran grandes, de esas llenas de misterios y lineas. No gustaba del café ni del cigarro, más bien amaba andar descalza, amaba recoger memorias para guarecerse en ellas para así conservar la mirada disonante de la que se enorgullecía de vez en cuando. Martha leía cuanto podía, amaba cuanto no quería, y lloraba cuando menos se lo merecía y cuando más lo deseaba; solo por hacerse de un quehacer común.

Héctor era de esos hombres altos con cabello de lado, de manos ásperas y holgadas, de esas que te cuentan del mundo aún sin haberlo recorrido. Cada 6 meses se mudaba de casa y de ambientes para no guardar recuerdos. Su barbilla le dividía en forma casi perfecta la cara que albergaba dos pequeños ojos claros. Héctor cargaba de nostalgia sus bolsillos, e ahí el porqué de sus hazañas. Siempre tenia miedo del futuro, de no lanzar sus redes al río correcto. Héctor era de esos hombres con los que puedes hablar horas y parecer instantes. El color que mejor le sentaba era el gris, los mechones de su pelo le caían en su frente como si jugaran una constante batalla cuando de viento se poblaba el mundo. Gustaba de café y cigarrillos, se encantaba al hablar de Cuba y sus visitas constantes, gustaba de beber lo que le diera su trabajo de fotógrafo cada jueves. Siempre reía, siempre bebía, siempre observaba, siempre amaba, siempre.

10:30 a.m. México, D.F.

No fue difícil que Héctor encontrara sentada a Martha en la sala de espera de un aeropuerto; ella, vestía de rojo, a él el gris siempre le sentaba bien. Nunca un encuentro tuvo tanto emblema. Al verse reconocieron sus bocas, como una fotografía antigua que da gusto desempolvar, se miraron de lejos, luego de cerca. Martha guardó sus alas, Héctor bebió sin prisa. Ahí, mientras esperaban el vuelo aterrizaron furiosos entre la gente. No fue difícil que Martha quisiera revolver su cabello con la furia castaña de Héctor. La fiebre los acogió en una sonrisa entera que Martha convino a Héctor. Se encerraron en una colmena de necesidad febril. Sus bocas se colgaron completas, sus labios encajaron perfecto en un instante.

10:33 a.m. México, D.F.

No fue fácil despedirse del rojo de Martha.
No fue sencillo decir adiós del gris de Héctor.
-¿Te casas conmigo?- dijo Héctor.
-¿Cuántas veces?- dijo ella.
-Las necesarias para volver a verte- dijo él.

10:35 a.m. Despegando de México, D.F.

Detrás del milagro de los ojos de Martha, Héctor guardó nostalgia en sus bolsillos.

10:40 a.m. Despegando de México, D.F.

Frente al recuerdo de Héctor, Martha se hizo un quehacer común.

12:40 p.m. Aterrizando en la Habana, Cuba.

Héctor juguetea con el sabor del qué habrá sido. Moja sus labios y de su bolsillo se vuelve aferro asiduo.

21:00 p.m tiempo México. Aterrizando en Amsterdam,Netherlands.

Martha se abraza y recuerda el sabor del qué sería. Moja sus labios y de sus quehaceres comunes se vuelve constante.

00:00 . . sin tiempo

Ahí se guardan sus nombres, se guardan sus años, sus sueños que no fueron más allá. Ahí se guardan los cigarrillos de Héctor, la voz de crucigrama de Martha, la distancia que los perdió, su azúcar, su sal. Ahí se guardan sus sueños que no fueron más allá, su despedida, su canciones no bailadas, el hacer el amor, sus noticias asesinas, sus caminos de regreso del trabajo, sus horas de rutina y de placer, sus bostezos, sus hijos desaprendidos, sus discusiones constantes, sus gestos. Ahí se guardan su suerte. Se guarda el rojo de Martha, el gris de Héctor. Sus interrogantes, su ciudad, el maldecir de sus nombres, su vejez, sus heridas, sus domingos, su valentía de encontrarse y lanzarse lejos. Se guardan sus sueños que no fueron más allá.

Marta y Héctor ahora solo recuerdan que, antes de rendirse se juraron eternos. Siempre eternos.

Acuerdo

No soy nada sutil cuando de hablar de ti se trata. Siempre se me descosen los hilos del corazón al momento de nombrarte. Recuerdo perfectamente cada escenario.

Entramos en el mismo café dando vueltas con la mirada; dando vuelcos desmesurados. Te encontré, entre tantas bocas y entre tantos ojos te comencé a desvestir. No quité tu blusa o las medias que se aferraban a tus piernas. Te desvestí las ideas, te amarré a mis manos para convertirte en acordes. Hablé de ti con mis amigos, cada cabello tuyo lo describí a detalle, cada tono de tu ruido lo mencioné. Acordé no hacerte necesaria a mi voz, a mi silencio, a mis quehaceres, acordé no acordarme de tu nombre. Y ahí, seguí desvistiendo tus palabras, me acomodé cerca de ti para saber tu acento, ¡carajo! ¿cómo era tu acento?. Diseminé tus dudas, cuando me llamaste tuya. Y tú...

...tú, llegaste, encogida de hombros me dijiste: hola. De papel me pintaste ciudades, te divertiste con mis frases raras y estropeadas. Después de un rato me tocaste las manos, te parecía excitante la forma en que se movían parejas cuando te contaban algo.

En tu habitación nos desvestimos timoratas, nos asesinamos poco a poco el pudor, nos sentimos libres de un momento a otro. Me acomodé sobre tu cuerpo, me enredé entre tu cabello de mar, te envolviste entre mis aguas e hicimos el complemento oceánico más hermoso del mundo. Seguimos mapas marcados en nuestra piel. Tus ecos en mis oídos aún se me desploman en las sombras de repente. ¿Te parece conocida la ocasión?.

En mi habitación nos desvestimos con prisa, nos revivimos la pasión de golpe, antes de todo nos juramos un tiempo eterno. Entre las paredes rojas nos amamos, primero lento y urgente, luego rápido y necesario. Nos emborrachamos de deseos insospechados, de silencios enmarcados, nos dejamos marcas para no olvidarnos nunca. Te robé la adolescencia, me devolviste la mía.

En la distancia se nos quedó la playa que vestimos juntas. Ahora que no hablo de ti con mis amigos, me pregunto cuál habrá sido tu nombre. Nadie me espera ahora por tu calle, nadie te espera ahora por mi cuerpo. ¿Te parece conocida la ocasión?.

En el tiempo te hice un castillo de arena, ya me corta como navaja la canción que nunca escuchaste por miedo a permanecer en ella.

Me es imposible no ser sutil cuando hablo de ti. Y sólo: sólo cuando me ven directo a los ojos podrán advertir la misma luna de la que tú y yo colgamos. Acordoné tu espacio por si un día vuelves y no te sabes el camino.

domingo, 21 de noviembre de 2010

De esos besos pendientes - deseosos besos pendientes.

No era necesario tanto ruido para opacar el silencio dentro de mi cuerpo. Te llamé en secreto, te pedí en reserva que nunca tu cuerpo volviera a cederse conmigo, que tu boca roja se fuera sin conservar el sabor onánico de mis manos.

Y ahí estábas tú; quieta, apacible, segura, casi inerte. Y ahí estába yo, caminando entre tu anochecido pelo. Te recordaba diferente, con manos blancas y un anillo blando sobre un dedo. Te recordaba exacta entre cada nota de mi lengua, te recordaba verde; siempre verde.

Entonces ahí, entre tanta música y tanto llanto callejero te besé. Te besé porque me sentí segura, me sentí extrañada, me sentí aún cazada, me sentí encajada en los hoyuelos de tus mejillas salpicadas. Te di un beso porque lo tenía pendiente.

Descubrirte sobre mi boca al mismo tiempo me llenó de aberrantes sueños, de exitantes propuestas, de culpables ganas.

Te encontré común, con experiencia inútil, te sentí distinta. Y ahí me encontré sabiendo que tus besos me descomponen la calma. Y ahí me encontré con que te tengo pendiente. Y ahí entendí, que besaba a una mujer bastante parecida a ti.

lunes, 18 de octubre de 2010

Bienvenida

Llegué a ti poco a poco, tardé años en encontrarte; quizás vidas.
Conocí cientos de almohadas donde diseminé sueños, acaloré sábanas y las manché de tinta, las manché de desgana, las manché de mí, copulé canciones por cargo; me salieron renqueas.
Una noche, al despertar de golpe, te respiré tranquila, te respiré callada. Respirarte me insolentó la calma. Acordarme de tus ojos, de la mirada que me mantenías con culpa, la que yo te mantenía con ganas, me enamoró de golpe. ¡Basta!, siempre le decía a mis manos con su sincronía encallada en su absurdo deseo por desmenuzar tu espalda, por delimitar tu espacio, por embarcarse en tu cuerpo y escurrirse llenas.
Llegué a ti poco a poco, tardé años en encontrarte; quizás vidas.

Una noche, al despertar de golpe, supe que estába vigilante a tu llegada, anhelante al primer beso, al primer roce, a tu bienvenida.

Llegué a ti poco a poco, tardé años en encontrarte; quizás vidas.

Y tan así, me dormí en tus pechos, me abracé a tus empeines para conocer tus pasos. Y tú, tan blanca, tan recia y agitante me tendiste tu alma.

Y tú, me escogiste así, con mis sábanas gastadas, con mis canciones a medio terminar, me escogíste con mi voz mal hecha, con mis tenis viejos, con mi cama baja y mis sueños locos, con ganas ya cansadas.

Me abrazaste así, con tus dientes claros, con tus lentes diarios, con tus heridas, con mis heridas.

Me llenaste de ti, de tu mundo, de tus ojos, de tus rimas, con mis miedos, mis enfados, con tus mofas, con tu risa, con tus letras, con mis faltas.

Llegué a ti poco a poco, tardé años en encontrarte; quizás vidas.

Y ahora, que has llegado por fin a mi vida, te digo: ¡Bienvenida!

Llegué a ti poco a poco, tardé años en encontrarte; quizás vidas.

sábado, 9 de octubre de 2010

Para curármela

Tengo amigos que dicen que después de una noche de alcohol en las venas, lo mejor es tomar de nuevo en la mañana, para así, no sentir los efectos agonizantes en los que te envuelve la resaca.

Me pregunto qué pasará dentro de nuestro organismo que si vuelves a tomar lo que te hizo estar mal; te curas.

Anoche volví a pensar en ti, en lo exitante que me resultaba besarte con olor a licor; de ese sumamente caro, ese acostumbrado a bailar sobre tu boca cada viernes. Me cuestiono acerca de cuántas veces te hice el amor en estado de ebriedad, 1, 2, 3... 32.

32 fueron pocas para las veces que te lo hice sobria. nDéjame confesarte que me agradaba más la idea de tocarte cuando en el aire se respiraba la verborrea etílica de 2 amantes que jugaban a amar como Dionisio.
¿Te acuerdas cuando rodamos por el piso? mis rodillas terminaron algo heridas, mi cabello revuelto se confundió en tu sexo. Me volvía a enamorar de ti cada que recorría un centímetro en tu piel y viceversa.

Benedetti tuvo tanto acierto en su último párrafo que hasta inconcluso lo pudo haber dejado.
Remembrar mis manos en tus pechos, mis labios en tu ombligo, mi voz en tus hombros, tus gemidos en mi frente, remembrar todos esos hechos, todos esos vicios, es morir por atropellamiento; no sabes de dónde viene el golpe, no sabes a dónde fue a dar tu cuerpo, en qué momento se te salió un zapato, en qué momento se te salieron las víceras carcomidas por el alcohol previamente ingestado.

Aquí, al borde de mi sucia conciencia me desprendo de la pregunta que más me ha llegado en las mañanas de los fines de semana: ¿Cómo me la curo de ti? será que tendré que ir a la tienda más cercana a comprarme una dósis de ti, un pedazo de olvido para olvidar que no te olvido.

Me pasaré los semáforos en rojo si es necesario, correré el asfalto, brincaré por habitaciones ajenas, de ser preciso caminaré descalza,pero llegaré, ahi, a donde de amor se curan los humanos.

Para curármela, destenderé mi cama, haré del sexo un disfraz y me emborracharé de ti, y despertaré con la misma sed, así la historia tendrá un circulo que ni a compás será perfecto.

martes, 5 de octubre de 2010

A ella

Desáto mi blusa para tu pecho,
para que camines al borde de mi alma.
¿Será que te guardo devoción?
Lo hago.

De tu ciudad extraño...

De tu ciudad extraño la sinceridad de tus ojos, el cómo se van tejiendo entre tú y yo las ideas, el desamparo que me provoca el estar lejos de ti.

De tu ciudad extraño tu risa, esa que siempre llega a destiempo, cuando no la quiero.

De tu ciudad extraño tus manos grandes que aveces me tocan, las que aveces me llaman, las que aveces olvido, la que siempre me curan.

De tu ciudad, sin duda, extraño tu abrazo, la voz que en las mañanas me alivia de desamores barátos que me invente mientras tú dormias.

De tu ciudad extraño a tus hijos, esos que roban mi calma y trasgreden mi cama, esos locos que entrelazan mi sangre para verterla en tu alma.

De tu ciudad extraño tu almohada, que muchas veces me envolvió cansada, extraño tu música que enamoró la vida que corteja mis días.

De tu ciudad a morir extraño a tu mujer, esa que se ha vuelto enigma en mi existencia, extraño sus brazos de calibre alto, su andar de madrugada y su cuidado de mañana, su voz que avienta canciones cuando me tiene en casa.

De tu ciudad extraño tus pasos, tu carrera, tu vejez y tu experiencia. Extraño tu café de a medio día cuando se te da la gana, de tu vino de sobre mesa cuando también se te da la gana, la manera en la que extrañas, la manera en que recuerdas a quien ya no te acompaña.

De tu ciudad extraño tu calma, tu dedicar del diario, tu sueño taciturno, tu periódico doblado, tus huraches viejos y mal labrados, la manera en que a tus hijos miras, la manera en que a tu mujer miras, la manera en que suspiras, la manera en que me miras.

De tu ciudad extraño la forma en que te aguantas el llanto cada vez que de tu abrazo me despido, el llanto cada vez que de mi ausencia se hace larga la impaciencia.

De tu ciudad no extraño su gente, no extraño tu casa, no extraño a tus amigos o a los que te hicieron su enemigo. De tu ciudad no extraño tu coche, no extraño tu acople, no extraño tu dinero.

De tu ciudad extraño al hombre que se hizo carne para llenarme de besos cada vez que tengo en el corazón algún hueco.

De tu ciudad extraño tus piernas para recargar mi cabeza cuando las lágrimas me azotan los recuerdos.

De tu ciudad extraño el futuro en el que no se encuentra más que tu nostalgia.

De tu ciudad, te extraño a ti.

Te quiero

Te quiero allá, donde no pueda verte,
donde mis manos no te toquen, donde
el agua de mis ojos no te avise que te quiero.

Te quiero en viernes, cuando de alcohol visto mis entrañas,
ahí donde cuerpos que no conozco son mi ropa.

Te quiero inmuta, con los ojos cerrados, con los labios cerrados.

Te quiero en donde no puedas escuchar qué grito, qué hablo, qué canto.

Te quiero muerta, maldecida, malamada, malgastada.

Te quiero en retirada, en despedida, en fin de año, te quiero en diario.

Te quiero áspera y distinta, con los oídos tapados y las ganas quietas.








—¡Te quiero lejos!—.

Puede ser

Puedo poner dentro de este vaso un beso, de eso que tanto pienso y deseo,
por eso voy muy lento en esto tan espeso, tan intenso.

Puedo beber de esta taza blanca harta. Tantas bancas que vacías suelen ser mi compañía
en las horas que me avisas que no vienes, y ansías convencerme que de azul me veo mejor.

Puedo correr tan lento que me da tanto aliento el ser viento entre tus ramas que amas tan lejos y tan cerca, como si volviera puerta al terror de ya no verte más, jamás.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Por si coincidimos en la misma cama

Si en algún momento de una u otra forma coincidimos a la misma hora, o en cualquier lugar que podamos usar como amatorio, seguramente pasará lo siguiente:

Como si el tiempo hubiese anunciado su última hora empezaré a maldecir y bendecir al destino en la misma oración salida de mi boca. Mis ojos recorrerán tu cuerpo de punta a punta; despacio resumiré cuántos besos había malgastado y que ahora quiero recuperar en ti.
Inclinaré despacio mi cabeza; quizás el lado conveniente sea el izquierdo, mis labios entreabrirán nota a nota el sonido acelerado que sale disfrazado de suspiro encubridor de los abrojos inusitados, apenas conocidos.

Será la primera vez que querré investigar cada resquicio de un cuerpo, aprenderé de memoria cada lado de tus codos, aprenderé de qué tonalidad café son tus lunares; si es que los tienes, qué tonicidad tienen tus piernas, veré de qué tamaño son tus pechos y me aferraré a ellos como tablas salvavidas para salir con vida de entre tu río.

Mis manos ásperas bailaran despacio por el arco de tus hombros. Mientras compongo notas en tu espalda, recordaré batallas, amedrentaré al futuro por si no te tengo dentro de unos años. Haré en tu cuerpo olas perfectas donde no sería desgracia naufragar, mucho menos anclar un barco.

Ya después de enredarme entre tus piernas descansaré mi cabeza entre tu pecho, seguramente habré vencido.

Por si coincidimos en la misma cama dime, ¿tú qué harías?

lunes, 19 de abril de 2010

Caminando



Caminé por las calles mojadas de cielo. Respiraba la tierra atizada de agua. Anoche entre sueños te pude tener y, hoy saqué a pasear tu recuerdo.

Dejé estacionado mi coche en un lugar prohibido para esperar ser trasladado a uno mejor. Fui soportando la imagen de los santos pendejos que, según mi madre me cuidan si guardo su imagen entre cartera.

El verde de los alrededores pintó la cañeria que de pronto se hizo promotora del mundo escondido debajo de mis plantas elegantes vestidas de café.

Le conté al aire cómo te mecías sobre mis labios, cómo lamías todo lo que salía de mi boca, cómo tu odio hacia lo aburrido hacía más aburrida mi estancia a tu lado.

Aquí vivo, entre unas vías que cantan cada hora un tren y una avenida atascada de pena. Aquí aprendí a beber el agua que manchó tus dientes. Aquí aprendí que la gente no quería verte para no quererte. Aquí en este cementerio se vive plenamente.