martes, 23 de noviembre de 2010

Martha y Héctor (viajeros).

Martha era de esas mujeres que al verlas se siente que se mueve todo, el mundo se vuelve escalera para llegar directito al cielo, los colores se torna pardos y la música se enciende sola. Caminaba como bailando, siempre bailaba. Tenía unos ojos que cambiaban al compás de su ropa; marrones, obscuros, grises, amarillos, tristes. Sí, Martha tenía los ojos tristes, como si siempre estuviera a punto de recordar. Martha sonreía siempre de lado, como si sus labios grandes fueran guardando la mejor risa para una ocasión especial. Sus manos eran grandes, de esas llenas de misterios y lineas. No gustaba del café ni del cigarro, más bien amaba andar descalza, amaba recoger memorias para guarecerse en ellas para así conservar la mirada disonante de la que se enorgullecía de vez en cuando. Martha leía cuanto podía, amaba cuanto no quería, y lloraba cuando menos se lo merecía y cuando más lo deseaba; solo por hacerse de un quehacer común.

Héctor era de esos hombres altos con cabello de lado, de manos ásperas y holgadas, de esas que te cuentan del mundo aún sin haberlo recorrido. Cada 6 meses se mudaba de casa y de ambientes para no guardar recuerdos. Su barbilla le dividía en forma casi perfecta la cara que albergaba dos pequeños ojos claros. Héctor cargaba de nostalgia sus bolsillos, e ahí el porqué de sus hazañas. Siempre tenia miedo del futuro, de no lanzar sus redes al río correcto. Héctor era de esos hombres con los que puedes hablar horas y parecer instantes. El color que mejor le sentaba era el gris, los mechones de su pelo le caían en su frente como si jugaran una constante batalla cuando de viento se poblaba el mundo. Gustaba de café y cigarrillos, se encantaba al hablar de Cuba y sus visitas constantes, gustaba de beber lo que le diera su trabajo de fotógrafo cada jueves. Siempre reía, siempre bebía, siempre observaba, siempre amaba, siempre.

10:30 a.m. México, D.F.

No fue difícil que Héctor encontrara sentada a Martha en la sala de espera de un aeropuerto; ella, vestía de rojo, a él el gris siempre le sentaba bien. Nunca un encuentro tuvo tanto emblema. Al verse reconocieron sus bocas, como una fotografía antigua que da gusto desempolvar, se miraron de lejos, luego de cerca. Martha guardó sus alas, Héctor bebió sin prisa. Ahí, mientras esperaban el vuelo aterrizaron furiosos entre la gente. No fue difícil que Martha quisiera revolver su cabello con la furia castaña de Héctor. La fiebre los acogió en una sonrisa entera que Martha convino a Héctor. Se encerraron en una colmena de necesidad febril. Sus bocas se colgaron completas, sus labios encajaron perfecto en un instante.

10:33 a.m. México, D.F.

No fue fácil despedirse del rojo de Martha.
No fue sencillo decir adiós del gris de Héctor.
-¿Te casas conmigo?- dijo Héctor.
-¿Cuántas veces?- dijo ella.
-Las necesarias para volver a verte- dijo él.

10:35 a.m. Despegando de México, D.F.

Detrás del milagro de los ojos de Martha, Héctor guardó nostalgia en sus bolsillos.

10:40 a.m. Despegando de México, D.F.

Frente al recuerdo de Héctor, Martha se hizo un quehacer común.

12:40 p.m. Aterrizando en la Habana, Cuba.

Héctor juguetea con el sabor del qué habrá sido. Moja sus labios y de su bolsillo se vuelve aferro asiduo.

21:00 p.m tiempo México. Aterrizando en Amsterdam,Netherlands.

Martha se abraza y recuerda el sabor del qué sería. Moja sus labios y de sus quehaceres comunes se vuelve constante.

00:00 . . sin tiempo

Ahí se guardan sus nombres, se guardan sus años, sus sueños que no fueron más allá. Ahí se guardan los cigarrillos de Héctor, la voz de crucigrama de Martha, la distancia que los perdió, su azúcar, su sal. Ahí se guardan sus sueños que no fueron más allá, su despedida, su canciones no bailadas, el hacer el amor, sus noticias asesinas, sus caminos de regreso del trabajo, sus horas de rutina y de placer, sus bostezos, sus hijos desaprendidos, sus discusiones constantes, sus gestos. Ahí se guardan su suerte. Se guarda el rojo de Martha, el gris de Héctor. Sus interrogantes, su ciudad, el maldecir de sus nombres, su vejez, sus heridas, sus domingos, su valentía de encontrarse y lanzarse lejos. Se guardan sus sueños que no fueron más allá.

Marta y Héctor ahora solo recuerdan que, antes de rendirse se juraron eternos. Siempre eternos.

Acuerdo

No soy nada sutil cuando de hablar de ti se trata. Siempre se me descosen los hilos del corazón al momento de nombrarte. Recuerdo perfectamente cada escenario.

Entramos en el mismo café dando vueltas con la mirada; dando vuelcos desmesurados. Te encontré, entre tantas bocas y entre tantos ojos te comencé a desvestir. No quité tu blusa o las medias que se aferraban a tus piernas. Te desvestí las ideas, te amarré a mis manos para convertirte en acordes. Hablé de ti con mis amigos, cada cabello tuyo lo describí a detalle, cada tono de tu ruido lo mencioné. Acordé no hacerte necesaria a mi voz, a mi silencio, a mis quehaceres, acordé no acordarme de tu nombre. Y ahí, seguí desvistiendo tus palabras, me acomodé cerca de ti para saber tu acento, ¡carajo! ¿cómo era tu acento?. Diseminé tus dudas, cuando me llamaste tuya. Y tú...

...tú, llegaste, encogida de hombros me dijiste: hola. De papel me pintaste ciudades, te divertiste con mis frases raras y estropeadas. Después de un rato me tocaste las manos, te parecía excitante la forma en que se movían parejas cuando te contaban algo.

En tu habitación nos desvestimos timoratas, nos asesinamos poco a poco el pudor, nos sentimos libres de un momento a otro. Me acomodé sobre tu cuerpo, me enredé entre tu cabello de mar, te envolviste entre mis aguas e hicimos el complemento oceánico más hermoso del mundo. Seguimos mapas marcados en nuestra piel. Tus ecos en mis oídos aún se me desploman en las sombras de repente. ¿Te parece conocida la ocasión?.

En mi habitación nos desvestimos con prisa, nos revivimos la pasión de golpe, antes de todo nos juramos un tiempo eterno. Entre las paredes rojas nos amamos, primero lento y urgente, luego rápido y necesario. Nos emborrachamos de deseos insospechados, de silencios enmarcados, nos dejamos marcas para no olvidarnos nunca. Te robé la adolescencia, me devolviste la mía.

En la distancia se nos quedó la playa que vestimos juntas. Ahora que no hablo de ti con mis amigos, me pregunto cuál habrá sido tu nombre. Nadie me espera ahora por tu calle, nadie te espera ahora por mi cuerpo. ¿Te parece conocida la ocasión?.

En el tiempo te hice un castillo de arena, ya me corta como navaja la canción que nunca escuchaste por miedo a permanecer en ella.

Me es imposible no ser sutil cuando hablo de ti. Y sólo: sólo cuando me ven directo a los ojos podrán advertir la misma luna de la que tú y yo colgamos. Acordoné tu espacio por si un día vuelves y no te sabes el camino.

domingo, 21 de noviembre de 2010

De esos besos pendientes - deseosos besos pendientes.

No era necesario tanto ruido para opacar el silencio dentro de mi cuerpo. Te llamé en secreto, te pedí en reserva que nunca tu cuerpo volviera a cederse conmigo, que tu boca roja se fuera sin conservar el sabor onánico de mis manos.

Y ahí estábas tú; quieta, apacible, segura, casi inerte. Y ahí estába yo, caminando entre tu anochecido pelo. Te recordaba diferente, con manos blancas y un anillo blando sobre un dedo. Te recordaba exacta entre cada nota de mi lengua, te recordaba verde; siempre verde.

Entonces ahí, entre tanta música y tanto llanto callejero te besé. Te besé porque me sentí segura, me sentí extrañada, me sentí aún cazada, me sentí encajada en los hoyuelos de tus mejillas salpicadas. Te di un beso porque lo tenía pendiente.

Descubrirte sobre mi boca al mismo tiempo me llenó de aberrantes sueños, de exitantes propuestas, de culpables ganas.

Te encontré común, con experiencia inútil, te sentí distinta. Y ahí me encontré sabiendo que tus besos me descomponen la calma. Y ahí me encontré con que te tengo pendiente. Y ahí entendí, que besaba a una mujer bastante parecida a ti.