miércoles, 24 de octubre de 2012

Lluvia

10:30 de la noche.  
Afuera llueve, adentro también. 


— ¿A dónde va?

— A morirme a algún lugar donde no le dé asco mi muerte. 

— Pero, Aurelio, afuera llueve.  No querrá morir de hipotermia cuando de lo que muere es de amor por mí. 

— No importa, solo quiero ser discreto cuando mi corazón deje de latir, Griselda. 

— ¡Momento, Aurelio! Me voy con usted. 

— No, Emilia.  Gracias.  Hoy quiero morir solo. 

— Déjelo, Emilia.  ¿Acaso no ve que este hombre está hecho una piltrafa?

— Si usted es una piltrafa, yo lo seré también. 

— Amable mujer pude encontrar en este lugar, pero no. En esta vida no, Emilia. 

— ¿Pero, por qué no?

— Porque afuera llueve, y porque en esta vida es Griselda y no usted la que mata mi olvido. 

— Vaya entonces, Aurelio, la lluvia lo está esperando. 

— Griselda,deje que el hombre salga sin paraguas.  A nosotras nos espera mojarnos acá adentro, con la desesperanza. 

— A los muertos el olvido nos provoca, pero no nos moja, Emilia. Váyase, Aurelio, antes de enamorarse más de mis heridas. 


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